jueves, enero 27, 2005

17-El arreglo.

Sin perder la calma, Siddharta lo miro y respondió:-Perdóname majestad. Tratare de simplificar las cosas. Puesto que se trata de una cuestión de honor, te propongo un desafío. Tu estarás representado por tu hijo Virudaja. Si ganas, tus caravanas podrán pasar gratuitamente por nuestro país. Pero si gano yo, Yasodhara será mi esposa.-
Todos miraron a Virudaja, convencidos de que rechazaría el desafío de Siddharta. Pero ante el asombro de los presentes, no vacilo en aceptar.
-Cómo propones que midamos nuestras fuerzas?-pregunto el joven príncipe de Josala.
-En la justa del puente vivo.-respondió con simpleza Siddharta.
Balbuceando, el príncipe Virudaja contesto:-Eso no es un desafío, sino un suicidio. Nadie ha participado en esa justa desde...-
El rey Prasenajit se volvió hacia su hijo, que se había convertido en el centro de todas las miradas.
Al fin, Virudaja esbozo una sonrisa forzada y contesto:-Dadas las circunstancias, no puedo negarme. Es mas, me apetece medir mis fuerzas con el príncipe Siddharta.-
Se había comprometido y ya no podía cambiar de parecer. Virudaja alzo con mano temblorosa su copa y la vació de un trago. Después de la insoportable tensión que habían padecido, los asistentes, deseosos de salir de allí, se levantaron simultáneamente, poniendo fin a la velada.
Todos los comensales querían abandonar el salón de banquetes lo mas rápidamente posible, de manera que entre todo el tumulto nadie notó la desaparición de los tres jóvenes sakyas.
Al ir a la ciudad, se detuvieron ante el edificio blanco, escuchando los angustiosos lamentos que procedían del interior. Ananda deseaba marcharse de allí, pero Siddharta era terco como una mula.
Alrededor de la inmensa puerta en forma de rueda había unos exquisitos frescos que evocaban la vida y las creencias de los brahmanes. Los tres amigos contemplaron admirados aquella obra de arte, que ponía de manifiesto la grandeza de la civilización y el profundo significado de los ciclos eternos de la justicia y la reencarnación. Era el drama, la ley universal, que constituía la base de su existencia.
Chandaka levanto el pestillo de la puerta y, con ayuda de Siddharta, la empujo con todas sus fuerzas hasta que el batiente cedió.
Rodeados de unos desgraciados y grotescos seres que los miraban aterrados, incapaces de gritar, pues la enfermedad que los carcomía había atacado incluso sus cuerdas vocales. Sus repulsivos rostros y cuerpos, cubiertos de llagas y pústulas, estaban apenas protegidos por una mugrientas vendas. Se hallaban en el patio de los malditos, los intocables.

16-Diplomacia.

El rey Prasenajit golpeó el suelo con el cetro y alzó la mano para imponer silencio.
-No, príncipe Siddharta, no te negamos tus derechos. Pero un hombre tan intrépido como tu debe comprender que el valor de una hija no puede negociarse?-
-Por supuesto.-convino Siddharta con aire inocente.-pero acaso pretendes decirme que no me concederías su mano si, por ejemplo, te pagáramos su peso en brillantes?-
La princesa Yasodhara miró a su padre, que estaba tendido junto a ella bebiéndose un vaso de vino. Al ver la expresión de codicia en su rostro, la muchacha se volvió hacia su madre y dijo con tristeza:-Por lo visto, papá esta dispuesto a venderme. Todo depende del precio.-
Basavi miró a su hija, sin saber que responder.
Siddharta continuó hablando, dirigiéndose no solo al rey de Josala, sino también a los magadhanos.
-Y si permitiéramos que vuestras caravanas pasaran por nuestro reino sin pagar la tarifa de transito? Abriríamos un camino al norte.-
El rey Prasenajit se quedó mudo, sosteniendo un pastel en la mano.
Suddhodana se inclinó hacia Asvapati y le murmuro al oído:-El poder de los sacerdotes de la religión zoroástrica puede inclinar la balanza a nuestro favor. A través de ellos podemos alcanzar Magadha. Adoran el fuego y el sol. Los tres pueblos, los helenos, los persas y los sakyas, constituimos la nueva raza. Aceptamos nuestro nacimiento, y adoramos al sol. Tengo la sensación de que si lograra agarrar el toro lunar, adorado por las dinastías de la luna, por sus divinos cuernos yo también me convertiría en el sol. He dado a mi pueblo la democracia. Siddharta debe viajar, ver el mundo y conquistarlo. Unir todos los reinos del sol.-
Todos los presentes aguardaban a que el rey Prasenajit tomara una decisión. Antes de que el rey de Josala pudiera responder, Siddharta añadió:-Pero quizás tengas razón, majestad. No hay que negociar con la valiosa vida de una hija.-
Luego, como si le restara importancia al asunto, Siddharta se sentó de espaldas a los josalas y se puso a charlar con sus amigos.
-Acaso me estas dando a entender que retiras tu petición, príncipe Siddharta?-pregunto Prasenajit, quien sostenía aun el pastel en la mano.
Con fingida indiferencia, Siddharta miro al rey de Josala y contesto:-Mi petición sigue en pie. Al igual que tu negativa.-
Mientras Prasenajit palidecía, Siddharta añadió:-Se trata de una cuestión de honor, pero no me parece correcto insistir en ello puesto que soy tu invitado.-
Corroído por la codicia, incapaz de terminar el pastel y obligado a mantener una apariencia de dignidad y autoridad, Prasenajit respondió con tono de suplica:-Quizá podríamos ofreceros otro regalo. Podemos ofreceros unas doncellas bellísimas... O armas.-
Volviéndose levemente hacia su anfitrión, fingiendo que el tema lo aburría, el príncipe de los sakyas contesto:-No, gracias señor.-
-¿Ese transito gratuito seria permanente?-pregunto Prasenajit.
Yasodhara suspiró. Para su padre era un gesto muy fácil venderla a cambio de oro. En sus ojos no se advertía el menor temor o remordimiento.
Durante unos instantes, los azules y luminosos ojos de Siddharta se clavaron en los de la joven.
-Que mirada tan dulce.-dijo Yasodhara a su madre.-No quería herir mis sentimientos.-
Siddharta espero unos minutos en contestar, para que todos se digirieran las palabras de Prasenajit. Luego se volvió con una sonrisa y pregunto:-¿Pretendes negociar conmigo?-
-No me estas facilitando las cosas, príncipe Siddharta. No agotes mi paciencia.-le advirtió Prasenajit enfurecido, estrujando el pastel que sostenía en la mano.

15-Yasodhara.

La hija de Prasenajit se alisó los pliegues de la túnica azul y verde que se había puesto para asistir al banquete, extendiendo la diáfana tela sobre los cojines del diván. Yasodhara estaba sentada junto a su madre, tratando de disimular su nerviosismo.
Siddharta, sentado al otro lado del salón, contemplaba extasiado la extraordinaria belleza y gracia de la muchacha. Todos advirtieron la mutua atracción de los jóvenes.
-Es la princesa Yasodhara.-dijo Asvapati, rompiendo el silencio.-Hija de los monarcas de Josala, hermanastra del príncipe Virudaja.-
Yasodhara se ruborizó, sintiendo que el corazón le latía apresuradamente. La joven rehuyó la mirada del príncipe. Tímidamente, se levanto y fue a sentarse junto a su padre. Prasenajit ni siquiera se fijo en ella, pues estaba muy ocupado comiendo. Por la barbilla le chorreaban unas gotas de vino.
El impacto de la noticia hizo que Siddharta mirara a Virudaja, para compararlo con su hermanastra.
El príncipe de Josala lo miro a su vez con rencor.
Siddharta decidió intervenir en el asunto, motivado, entre otras cosas, por el deseo de conocer a los excéntricos maghadanos que creían en una sola vida. Se incorporo y dijo a Prasenajit en voz alta, para que todos lo oyeran:-Majestad...-
La música cesó, todos los comensales dejaron de hablar y se volvieron para mirar al príncipe de Sakya.
-Nos complace haber presenciado el sacrificio.-prosiguió Siddharta.-y confiamos en que la copula ritual entre tu venerable esposa y el universo fructifique nuestros reinos a través del ser inmortal.-
El brahmán de Josala no sabia como interpretar la conducta de Siddharta. Dirigió una mirada interrogativa a Asvapati, su colega, pero el sacerdote la rehuyó.
Siddharta continuo:-Por otra parte, aceptamos de ti y de tu heredero, el príncipe Virudaja, el don de la victoria, que tan generosamente nos has brindado.-El príncipe se detuvo y al cabo de unos segundos añadió:-Sin embargo, te recordamos respetuosamente que, según la costumbre de nuestro pueblo, un ejercito que ha sido derrotado en la batalla debe pagar un tributo al ejercito vencedor. Por consiguiente, te pedimos que nos pagues el tributo que nos debes.-
Virudaja miro a Siddharta con desconfianza y rencor.
El rey Prasenajit intercambio unas palabras con el brahmán de Josala, quien asintió con un gesto, indicando al rey que debía aceptar el desafío.
Prasenajit se levanto y dijo, dirigiéndose a Siddharta:-Por favor, indícanos la forma en que debemos cumplir con nuestra sagrada obligación.-
-Que arrogancia!-murmuro Virudaja a su padre.-Por que tenemos que obedecer a ese canalla? Porque lo dice nuestro brahmán?-
-Me das tu autorización, padre?-pregunto Siddharta a Suddhodana.
-Adelante.-asintió este.
Siddharta cruzo los brazos y dijo con tono desafiante:-Como tributo a nuestro indómito valor, te pedimos que nos concedas a... esta mujer.-
Ante el asombro de todos los presentes, el príncipe Siddharta señalo a Yasodhara, la princesa de Josala. En el salón de banquetes se levanto un murmullo de indignación.
La princesa Yasodhara, centro del enfrentamiento entre los dos reinos, se ruborizo ante aquella inequívoca muestra de admiración por sus encantos.
-Acaso debo sentirme ofendida?-pregunto la joven a su madre.-Lo ha dicho delante de todo el mundo. No cabía duda de que esta interesado en mi, pero solo me considera un tributo. Que vergüenza!-
El rey Prasenajit y su esposa palidecieron al oír la insultante demanda. Virudaja perdió el control y, con su acostumbrada torpeza, grito:-Esto es un ultraje!-
Siddharta respondió:-Acaso niegas nuestros derechos?-
La tensión aumentó mientras los josalas y los sakyas se observaban con recelo, temiendo que la cosa acabara mal.

14-Zaratustra.

Ananda decidió cambiar de tema para calmar a quienes sentían ofendidos.
-Mira, Siddharta.-dijo, señalando a los josalas.
Virudaja, se dirigió hacia un grupo de desconocidos de tez clara que charlaban junto a Prasenajit. Llevaban unas largas barbas, rizadas artificialmente, que caían formando unas ondas. Iban vestidos con unas túnicas verdes de amplias mangas ribeteadas con brocado dorado y ceñidas a la cintura mediante anchos cinturones. Al acercarse, el príncipe sonrió e inclino la cabeza, frotándose las manos en un elocuente gesto de codicia.
El jefe del grupo era un hombre alto, de unos cincuenta años, con un rostro de marcadas facciones y aire autoritario. Tenia los ojos negros, de mirada penetrante, la frente alta y la nariz prominente.
-Quién es ese hombre, Asvapati?-pregunto Siddharta.
-El jefe de los sacerdotes de Magadha, que se han convertido a la religión zoroástrica. Son muy respetados y poderosos. Ejercen una gran influencia en la corte de Magadha.-
-Entonces son colegas tuyos.-observo Siddharta sonriendo.
-En cierto aspecto, sí. Propugnan las enseñanzas de un hombre llamado Zoroastro, un persa. Lo llaman profeta, pero sus creencias son opuestas a las nuestras.-
-Opuestas?-pregunto Siddharta, intrigado.-En que sentido? Explícate, Asvapati.-
-Consideran que la muerte es definitiva.-respondió el brahmán.
Al oír la respuesta, Siddharta se atraganto.
-Yo me inclino a estar de acuerdo con ellos.-intervino Ananda con tono burlón.
Todos sonrieron, excepto el brahmán.
-Me refería a una muerte definitiva sin posibilidad de que uno renazca para purificar el espíritu.-preciso el brahmán.-Para los seguidores de Zoroastro, el hombre solo nace y muere una vez. Los buenos van a un lugar llamado cielo, donde consiguen cuanto desean, y los malos van al infierno, donde sufren durante toda la eternidad.-Después de una pausa para calibrar el efecto de sus palabras, Asvapati añadió.-Desde luego, su religión no cuenta con muchos adeptos.-
-El destino del hombre decidido en una sola vida? En un puñado de años?-repitió Siddharta retóricamente.
-Si, es absurdo.-admitió Asvapati.
-Y han conseguido alcanzar la felicidad?-pregunto Siddharta.
El brahmán suspiro, resignado. La eterna pregunta: la felicidad.
-Según tengo entendido, no mas que cualquier otra persona.-

miércoles, enero 26, 2005

13-Josala.

El rey Suddhodana se volvió a Asvapati, el brahmán, y le dijo:-Fíjate en como mira Siddharta a esos desgraciados. En el palacio ordene que recluyeran a todas las personas viejas y enfermas, pero Josala es una puerta abierta al mundo entero, no una pequeña región como la nuestra.-
-Creo que es mejor que cabalgue junto al príncipe.-respondió el brahmán.
Aunque detestaba toda clase de ejercicio físico, Asvapati mando que le trajeran un caballo, lo monto no sin grandes dificultades y se dirigió hacia donde se hallaba Siddharta.
-Cómo es posible que los josalas vivan de esta manera?-le pregunto el príncipe.-Nosotros no lo permitiríamos.-
El brahmán, consciente de que la vida era muy dura en todas partes, se encogió de hombros, confiando en que Siddharta se olvidara del tema.
Tras abandonar aquel mísero sector se dirigieron a una zona llena de callejuelas y pequeña viviendas. En medio de ese barrio, junto a los territorios reales, se erguía un majestuoso edificio blanco que contrastaba con el resto de la ciudad. Solo tenia una entrada: una maciza puerta de madera en forma de rueda. El borde externo de la rueda estaba adornado por una pintura circular que relataba la vida de cinco personajes, procedentes de las cinco castas. Las vidas de estos seres humanos se entremezclaban en una eterna reencarnación. El imponente edificio despertó la curiosidad del príncipe. Ananda, el brahmán y Chandaka, que había aparecido de nuevo, lo observaban de reojo.
Asvapati se inclino hacia Siddharta y le murmuro al oído:-Esta prohibido entrar en ese edificio, que nos protege de los intocables, los enfermos y los incurables. La ley los obliga a permanecer recluidos allí. Su existencia es más miserable que la del más miserable de los esclavos sudras. Son poco menos que animales. Esta prohibido bañarse en las aguas en las que se hayan bañado ellos y comer donde ellos hayan comido Ningún miembro de nuestras castas puede tener contacto alguno con ellos.-
-Por que?-pregunto Siddharta.
-Ese es su karma, la consecuencia de graves errores cometidos en otras vidas.-
Siddharta se volvió y miro al brahmán a los ojos. Los otros se echaron a reír: Ananda para disimular su nerviosismo; Chandaka, instintivamente, atraído por lo prohibido.
La delegación sakya atravesó un vasto parque en el que se alzaba el palacio real de Josala, rodeado de vetustas higueras. Las raíces de los árboles atravesaban el suelo que rodeaba el palacio, creando un extraño diseño de madera y tierra. Por el recinto se paseaban unos pavos reales con la cola desplegada.
Los miembros de la familia real de Josala aguardaban a la delegación sakya en el balcón superior del palacio. Siddharta vio a una joven muy hermosa, situada en el balcón ocupado por la familia real, con la mirada perdida en el infinito, como si esperara a alguien. A diferencia de otros miembros de su familia, llevaba una sencilla túnica azul ceñida por un espléndido cinturón de plata y coral, que constituía su único adorno. La sencillez de su atavío destacaba su esbeltez, los hermosos rasgos y el luminoso cutis de la muchacha. De pronto, como si hubiera advertido que Siddharta la estaba observando, la joven se volvió y clavo sus enormes ojos castaños en los del apuesto príncipe.
La expresión de su rostro denotaba inocencia, sabiduría y carácter. Los dos jóvenes se sonrieron, embargados por una extraña e intensa sensación.
-Es muy hermosa, verdad?-pregunto Ananda, contemplando a la muchacha con admiración.
El rey Suddhodana, Siddharta, Ananda, Chandaka y Asvapati entraron en el salón y se dirigieron a la tribuna real para presentar sus respetos a Josala.
Luego del protocolo, se dedicaron al banquete, preparado para tal fin.
La majestuosa princesa de Josala miró a Siddharta a los ojos, dio media vuelta y se marcho.
En el salón reinaba un profundo silencio. Una salvaje sed de sangre latía en todos los hombres presentes.
El brahmán de Josala hizo una señal a la reina. Había llegado su momento.
El ritual consistía en una serie de cánticos y danzas donde se terminaba sacrificando un caballo.
Siddharta y Ananda se miraron, atónitos. Era la primera vez que presenciaban aquel repugnante rito, que solo los reinos muy ricos podían permitirse. Al fin, tras lanzar un ultimo y desesperado relincho, el animal cayo al suelo, agitando las patas. La música ceso. De las insondables profundidades se alzo un viento salvaje y feroz. Jadeando y empapada en sudor, la reina se tendió junto al cadáver del semental, oprimiendo su voluptuoso cuerpo contra el rosado vientre del animal.
-Bien, brahmán.-dijo Suddhodana a Asvapati.-Será mejor que expliques el significado de todo esto a nuestro joven príncipe, que esta furioso.-
-La ceremonia simboliza el rito de la copula.-respondió Asvapati, dirigiéndose a Siddharta.-Muestra como el universo, representado por el potente semental, fertiliza el reino de Prasenajit, copulando simbólicamente con la reina. Cuando el caballo es sacrificado, el acto embellece al ser inmortal estableciendo...-
Siddharta lo interrumpió con impaciencia:-Acaso cree la gente que ese sacrificio los ayudara?-
Asvapati prosiguió:-El rito se basa en la religión, la religión se basa en la fe de los brahmanes, y la gente necesita creer en nuestra civilización. Cuestionarlo seria como poner en duda los fundamentos de nuestras creencias y nuestro control. Este no es el lugar ni el momento adecuado para discutir el asunto.-
-Contribuye este rito a que la gente sea más feliz?-insistió Siddharta.-Acaso les ayuda a resolver sus problemas?-
El tono sarcástico de Siddharta complació a su padre, que sonrió para darle ánimos.
-Comprendo tus sentimientos.-continuo el brahmán con un tono algo brusco.-pero la gente cree en el karma. Quizás no alcancen la felicidad en esta vida, pero lo aceptan porque saben que la siguiente puede ser mejor. Cree en los dioses, y los dioses exigen sacrificios. Cuanto mayor es el sacrificio, mayor es la intención, y cuanto mayor es la intención, mayor será la recompensa.-
-Pero cuanta sangre debemos derramar para complacer a los dioses?-insistió Siddharta.-La sangre de un caballo? De mil caballos? De todos los caballos del mundo? Acaso no desean también la sangre de los seres humanos? Si la intención aumenta el valor del sacrificio, por que no ofrecemos a esos insaciables dioses la sangre de nuestros amigos?-
Siddharta tomo un pincho de carne y apunto con él al brahmán.
-Estoy seguro de que alcanzare inmediatamente el nirvana si ofrezco a los dioses un distinguido brahmán, desplumado y listo para comer, a fin de saciar su divino apetito.-
El brahmán lo miro estupefacto. Suddhodana sonrió ante el atrevimiento de su hijo. Ananda y Chandaka, que habían bebido varias copas de vino, se echaron a reír. Consciente de que se había convertido en objeto de burla. Asvapati se levanto, pero antes retirarse, murmuro indignado:-No es tan sencillo, príncipe.-

12-Karma.

-Después de la batalla,-continuo Asvapati.-Siddharta y yo conversamos en sus habitaciones. Estaba sentado en la terraza. Era una noche muy hermosa; el perfume de las flores impregnaba el ambiente. Como de costumbre, Siddharta estaba rodeado de sus doncellas, que están locamente enamoradas de él. Pero él parecía triste, preocupado. Estaba distraído, jugando con su espada con una mano y acariciando con la otra a su nueva favorita,. Hablo acerca de la batalla y la sangre que había derramado. “Es muy fácil,-me dijo.-tomar la vida, y crear vida.” Parecía preocupado por lo que él denomina “cumplir con lo que le exige su naturaleza.” Dijo que al matar a otros hombres cumplía con sus deberes como guerrero y que su karma en esta vida era luchar para proteger su reino. Pero a juzgar por su tono de voz, no sé si lo decía en serio o si solo quería comprobar mi reacción. No me mires de ese modo,-protestó el brahmán.-me limito a repetir lo que dijo tu hijo.-
-Esta bien, continua.-respondió el rey.
-Me recordó, o mejor dicho me reprochó, que yo mismo le había enseñado estas cosas. Se quejo de que estaba triste y me pidió que le explicara el motivo. Me dijo que puesto que yo era un hombre santo y le había prometido de niño que alcanzaría la paz, él debía alcanzarla. No obstante creo que comprendió que no poseo el poder de otorgarle la paz. Me dio la impresión de que algo le inquietaba, un algo que no me había revelado. Le dije que nunca lo había visto así, tan preocupado y abstraído, y le pregunté se le había sucedido algo malo. Tras una larga pausa, durante la cual Siddharta permaneció pensativo, contemplando las estrellas, me respondió que solo sabia que cuando fue a visitar a su nodriza, Poshika, y la vio convertida en una anciana decrepita y enferma, experimento una extraña sensación...-
-Que quieres decir? Que tipo de sensación? Cómo es posible que fuera verla? Le prohibí que entrara en las habitaciones de las mujeres.-
-Con todos mis respetos,-contesto Asvapati.-insisto en que solo puedo repetirte lo que me dijo tu hijo. No tienes motivos para enfadarte conmigo. Lo único que comento fue que experimentaba una sensación que no alcanzaba a definir, que su corazón estaba triste y tenia la mente en blanco. Se sentía confuso, pero al mismo tiempo, dijo que lo había comprendido.-
Tras esas palabras, Asvapati se volvió y fingió contemplar el paisaje, confiando en que el rey cambiaría de tema.
El rey permanecía sumido en un profundo aunque elocuente silencio.
-Que te inquieta, señor?-pregunto Asvapati, notando la vulnerabilidad de su rey.
-Desde que mi esposa, la reina Maya, murió al dar a luz, esa profecía me atormenta.-contesto el rey con voz temblorosa. Luego tratando de dominar sus temores, exclamo:-Mi hijo ha nacido para ser rey! Para gobernar nuestro reino, no para renunciar a el! Debe casarse con una mujer tan hermosa como su madre, que le dará muchos hijos. Debemos inculcarle el deseo de ser rey. Me has oido? Tanto tu como yo, debemos...-
Asvapati, para impedir que el rey estallara, lo interrumpió.
-Los hombres no podemos intervenir en estos asuntos. Si el deseo de Brahma era darte un hijo destinado a ser el iluminado, ese es tu karma.-
El rey, mas calmado, miró al brahmán y dijo:-Yo soy el rey. Tengo exigencias, necesidades. No he pedido a Brama regalos y favores. Solo le pedí que me concediera un heredero. Tengo derecho a exigir que mi hijo me obedezca. Es un guerrero y un estratega excepcional. No cabe duda de que ha nacido para gobernar.-
Comprendiendo que era preferible no insistir, Asvapati se reclino en los mullidos almohadones bordados en oro, confiando en que el resto del viaje discurriera mas apaciblemente.
La caravana atravesó las turbias corrientes del río Acivarati, que fluía desde las lejanas montañas, la seca tierra de las llanuras y las suaves arenas del desierto a medida que se aproximaban a la gran metrópoli, Saravasti, la capital de Josala, situada en las orillas meridionales de Acivarati.
Siddharta y Ananda condujeron a la comitiva a través de la exótica ciudad, siguiendo de cerca al emisario. Cuando se quedaron a solas, Chandaka noto un leve tirón y se metió por unas estrechas callejuelas. En comparación con la concurrida y animada metrópoli, Kapilavastu, la capital de Sakya, parecía una pequeña aunque bien administrada población.
Siddharta se quedo asombrado al contemplar la cantidad de pordioseros, harapientos y cubiertos de llagas, que inundaban las calles de la ciudad. Con las espaldas encorvadas, apenas capaces de mantenerse en pie, constituían una sombra de lo que Siddharta consideraba la humanidad. Los mendigos se acercaban a él para que les arrojara una limosna, mirándole con expresión vacua. Siddharta nunca jamás había visto tanta miseria humana, tal manifestación de degradante pobreza.
Mientras atravesaba el mercado situado en el centro comercial de la ciudad, Siddharta contemplo centenares de pintorescos pájaros encerados en jaulas. Las voces de los vendedores y los compradores se mezclaban con el canto de las aves. El mercado daba paso a un barrio lleno de chozas de bambú, donde unos niños andrajosos jugaban junto a las alcantarillas. Algunos de los míseros habitantes de aquellas chozas corrían de un lado al otro como termitas, tratando de encontrar comida, mientras otros yacían en la calle, resignado a su suerte.

lunes, enero 24, 2005

11-Los cuatro encuentros.

Siddharta era un joven en extremo sensible que, con el tiempo, comenzó a sufrir una profunda angustia espiritual. Con frecuencia, caminaba alrededor del estanque que adornaba los jardines, inmerso en hondos pensamientos filosóficos.
Se decía: “No importa cuan jóvenes y saludables podamos ser, la vejez, la enfermedad y la muerte llegaran inevitablemente. Es un destino del que nadie puede escapar.”
Percibió la vejez, la enfermedad y la muerte en su propia vida y las escudriño cuidadosamente.
Reflexionaba: “Sin embargo, la gente observa la vejez, la enfermedad y la muerte de los demás con desdén, y hasta se burla. ¿Por qué? Es absurdo, ciertamente no es la actitud correcta hacia la vida.”
Esos pensamientos lo perseguían, eliminaban cualquier orgullo y empañaban la alegría de ser joven y saludable. Le impresionaban dolorosamente el prejuicio y la arrogancia que acechaban en el corazón humano. No podía comprender que las personas vieran la vejez, la enfermedad y la muerte como un problema ajeno. Llego a creer que no existiría verdadera felicidad, si no se resolvían esas cuestiones inevitables, inherentes a la condición humana.
Fue el inicio de una penosa lucha interna.
Se debatía en la incertidumbre: “Como heredero del trono, se supone que seré rey, un líder de la sociedad. Pero, ¿no debería en cambio renuncia al mundo secular y convertirme en un sabio, para poder responder a estas preguntas y forjar, así, un gran camino espiritual para toda la humanidad?”
La tradición budista sostiene que la decisión de Siddharta de renunciar a la vida secular estuvo motivada por una serie de incidentes conocidos como “los cuatro encuentros”.
La alegría invadía el corazón de su padre al ver al hijo inteligente, con deseos de aprender; observaba como crecía en Siddharta un gran sabio y sacerdote, un príncipe entre los brahmanes.
Cierto día, se aventuro a salir para dar un paseo, cruzo el portal oriental del palacio y encontró a un anciano; en otra oportunidad, salió por portal que miraba al sur y vio a una persona enferma; y una tercera vez, al atravesar la puerta occidental se topo con un cadáver.
Luego, franqueo la entrada septentrional y tropezó con un asceta que pasaba. Este encuentro pulsó en él una cuerda profunda; tomo la decisión de renunciar a su titulo principesco y lanzarse al mundo en busca de la iluminación.
Probablemente, el relato de “los cuatro encuentros” no es fidedigno, sino una historia adornada de narraciones posteriores. Con todo, en el contenido de las enseñanzas budistas, es evidente que la motivación de Siddharta para renunciar a la vida secular estuvo hondamente conectada con su deseo de encontrar el modo de trascender los sufrimientos humanos fundamentales: la vejez, la enfermedad y la muerte.
Su padre era digno de admiración: su carácter era tranquilo y noble, su vida era pura, su palabra sabia, sus pensamientos finos y dignos.
El rey Suddhodana aspiro el aire matutino, el cual le infundía vigor. La proximidad de la naturaleza le hacia sentirse libre. “De joven, recordó el rey, imaginaba que era un halcón. Imaginaba que me convertía en una voraz ave de presa, sintiendo que e crecían las alas y que los pies se me transformaban en poderosas garras. Sentía el aire deslizándose a través de mis plumas mientras sobrevolaba las praderas y las nevadas cumbres de las montañas. Solo y libre. Libre para escoger a mi presa. Los pavorosos barrancos me dejaban indiferente. Gozaba intensamente de mi libertad. En otras ocasiones, imaginaba que me convertía en un ágil y poderoso tigre. Notaba que mis músculos se tensaban mientras perseguía sigilosamente a mi presa. Mi aliento separaba las briznas de hierba, a través de las cuales distinguía las patas traseras del ciervo que intentaba en vano huir de mí. Mis suaves patas absorbían el poder de la tierra mientras me aproximaba a él. Imaginaba estas escenas con tal intensidad, que estoy convencido de haber sido un halcón o un tigre. Ahora, en cambio, vivo prisionero, atrapado en una tela de araña de acontecimientos y cosas que escapan a mi control. Me pregunto si mi hijo tendrá las mismas fantasías...”
Suddhodana dio un codazo a Asvapati, quien se despertó sobresaltado.
-Despierta Asvapati!-ordeno el rey a su hosco acompañante.-Háblame de mi hijo. Quiero saber lo que te cuenta, que hace.-
Asvapati no tuvo tiempo de disimular su turbación.
-No has hablado con él?-inquirió el rey, escrutando al brahmán, lo cual puso a este a la defensiva.
-Nada, señor. Tal como ordenaste, Mahabali el renegado y yo hemos acordado no mencionar nunca la profecía.-
-Crees que lo sabe?-pregunto el rey tras una larga pausa.
El brahmán respondió nervioso:-Señor, él es....-
Suddhodana miro enojado al brahmán, dándole a entender que no iba a tolerar mas evasivas.
-Pronto cumplirá veintiséis años. Crees que ha progresado en sus estudios?-
-Señor, tu hijo es completamente distinto de todos los alumnos y de todos los hombres que he conocido. El único que conoce bien a Siddharta es Ananda. Ese joven es tan generoso que antepone siempre el bienestar de vuestro hijo al suyo. Es muy inteligente y un ejemplo ideal para Siddharta. Siddharta lleva la marca del gran guerrero y rey. Todos los pudimos comprobar en el campo de batalla, sin embargo...-
-Continua.-insto el rey.
El sacerdote, a quien le resultaba casi imposible mentir, guardó silencio.
-Supongo que teme reencarnarse en una rata.-murmuro irritado el rey.