El Buda continuó
su camino modestamente, entregado a sus pensamientos; su rostro sereno no era
alegre ni triste. Parecía sonreír levemente en su interior. Caminaba el Buda
con una sonrisa enigmática, sosegada, tranquila, parecida a la de un niño sano;
llevaba el hábito y caminaba igual que todos los demás monjes. Pero su cara y
su manera de andar, su mirada tranquila y modesta, su mano suave y quieta y aun
cada dedo de esa mano, hablaban de paz, de perfección; no buscaba, no imitaba;
respiraba suavemente, reflejando una tranquilidad imperturbable, con una luz
imperecedera, una paz intangible.
Ese bosque era
punto de encuentro de anacoretas brahmanes. Por lo tanto, Siddartha no debe de
haber practicado austeridades en soledad; lo más probable es que haya aprendido
de sus semejantes diversos ejercicios y métodos, aunque no sabemos su estudio
bajo la guía de algún asceta especifico, si prefirió la compañía de alguno en
particular. La leyenda sostiene que, por este medio, algún día Siddartha habría
de iluminarse sin falta. Como veremos, entonces, fue a estos cinco ascetas o
Bhikshus a quienes dirigió su primer sermón.
Al
parecer, transcurrió un mes o poco mas entre el día en que Siddartha obtuvo la
iluminación y el momento en que predico su primer sermón en Sarnita, cerca de
la ciudad de Banaras o Benarés. La distancia que separa a Buddh Gaya (donde
Siddartha se iluminó) de Banaras es aproximadamente doscientos kilómetros.
Para
ese primer sermón escogió ir a Banaras y no a Magadha porque quería predicar a
los cinco Bhikshus o ascetas con quienes anteriormente había compartido la
práctica de austeridades, y en ese momento los cinco se encontraban viviendo en
Banaras.
-Yo vestía ropas
de seda y mis ayudantes sostenían un parasol blanco sobre mi cabeza para
preservarme de los rigores del sol, la lluvia o el viento. Mis perfumes, mis
pomadas, mis ungüentos, siempre se adquirían en Benarés.-
Los
conocía muy bien, por los muchos años de vida ascética que había compartido con
ellos; en virtud de esta larga amistad, nos resulta natural que haya querido
transmitir a estos camaradas antes que a ningún otro, los hallazgos de su
reciente iluminación. Por espléndidas que le resultasen sus propias ideas, si
no lograba exponerlas de manera convincente a las personas a quienes más conocía,
jamás podría enseñar la verdad al pueblo en general. El hecho de que haya
escogido como primeros interlocutores a sus viejos compañeros de búsqueda no
hace sino poner de relieve su humanismo solidario y benevolente.
En el Parque de
los Ciervos, sus cinco compañeros estaban practicando austeridades con
diligencia, cuando uno de ellos vio a la distancia una figura que se
aproximaba.
Le dijo a los
demás:-¡Eh! ¿No es Gautama? Me pregunto que lo traerá por aquí...-
Otro agregó
despectivamente: -Pensé que, antes que ninguno, Gautama lograría la iluminación
soportando severas austeridades. ¡Entonces, de repente, abandonó la práctica!
Al final, optó por una vida cómoda. Es un desertor. Cualquiera sea la razón de
su regreso, no es asunto nuestro. No es necesario que nos molestemos en
levantarnos para recibirlo o mostrarle alguna cortesía.-
Los cinco
ascetas observaron con frialdad la silueta de Siddartha que se aproximaba.
Los cinco
ascetas permanecieron sentados en inflexible silencio, observando con empaque gélido.
Siddartha caminaba con gran dignidad. Se acercó, y les dirigió la palabra
sonriendo. A pesar de sí mismos, todos se pusieron de pie. La voz poseía una
fuerza tan atrayente, que no pudieron ignorarlo.
Cuando
Siddartha se presento ante los cinco ascetas para predicar su primer sermón,
que ejercería un extraordinario impacto en su propia vida y en la historia
espiritual de la humanidad, fue recibido con cierta cuota de frialdad.
-Pues
bien, aquí llega nuestro amigo Gautama, el que prefirió los placeres, el que
renuncio a las austeridades en favor de la indulgencia. No es necesario que nos
pongamos de pie para ir a su encuentro, ni que extendamos nuestras manos para
recibir su túnica o su escudilla. Pero si lo desea, aceptaremos su compañía y
le ofreceremos un buen lugar donde sentarse a nuestro lado.-
La
actitud inicial de aquellos enseguida cedió paso a la cordialidad y al respeto.
Sin embargo, convencidos de que Siddartha no había logrado una iluminación
genuina, mantuvieron un tono informal y coloquial.
Les
dijo que había logrado el supremo despertar y que había viajado hasta el Parque
de los Ciervos para compartir con sus antiguos compañeros de prácticas
ascéticas la gran verdad de esa iluminación.
Rehusaron
creerle. ¿Cómo podía alguien como Gautama, que había abandonado las
austeridades, lograr la iluminación?
Siddartha
los reprendió por utilizar expresiones tan poco reverentes para dirigirse a un
Tathagata, a un hombre perfectamente iluminado.
Sin
embargo, como el anuncio de Siddartha acerca de su propia iluminación sonó
arrogante a los cinco ascetas, estos prefirieron mantener un cauteloso
escepticismo. Al revés, se preguntaron:
-Cuando
hemos visto que alcanzara la sabiduría perfecta alguien que abandonó la práctica de las austeridades
religiosas en beneficio de la indulgencia y la comodidad?-
Siddartha
reafirmo su declaración y su deseo de predicar la ley ante ellos, más los
ascetas siguieron esgrimiendo objeciones. Finalmente, para acallar sus
argumentos, les pregunto si alguna vez lo habían visto tan radiante y
espléndido, y si alguna vez lo habían oído expresar una convicción tan clara y
firme. Al escuchar estas palabras, convinieron en darle la razón y aceptaron
ser interlocutores de su prédica.
-Siendo
desapasionado, se llega a ser desprendido; a través del desprendimiento uno se
libera. Al liberarse es el conocimiento el que se libera. Y se sabe: el
nacimiento ha sido cumplido, la vida santa ha sido siempre vivida, lo que debe
suceder ha sucedido, no hay nada más que hacer a este respecto.-
Siddartha
se dirigió a esos rostros de ojos incrédulos con la seguridad y el aplomo de la
enorme convicción que había obtenido. Pero al darse cuenta de que esa
conversación no llevaría a ningún entendimiento, les dijo:
-Que
ustedes crean o no en mis palabras es algo que no me va a afectar. Pero les
pregunto, ¿Alguna vez me han visto tan radiante y lleno de vida? Este brillo
proviene de la alegría de haber logrado el supremo despertar.-
Ciertamente,
el Siddartha que estaba de pie frente a ellos distaba de ser la persona que
recordaban. Su mirada llameante expresaba una honda convicción y su porte
irradiaba dignidad, confianza y orgullo.
Nada
habla con más elocuencia que la imagen que se ofrece como ser humano; su
resplandor puede penetrar las nubes de la duda y la ilusión que oscurecen el
corazón de las personas.
Ante
la luminiscencia de la vida de Siddartha, los cinco ascetas decidieron
abandonar las prácticas austeras y buscar las enseñanzas del Buda. Este se
quedó en el Parque de los Ciervos e inició una actividad comunitaria para
enseñarles la Ley a sus amigos.
Pero la magnitud
de la Ley le planteó el difícil dilema de como enseñarla para que pudieran
comprenderla. Finalmente, ideó un conjunto lógico de principios y los incorporó
en un programa simple y práctico Luego, con gran paciencia, comenzó a enseñar
en términos claros y concretos, acordes con la capacidad de sus oyentes. Sus
enseñanzas de ese entonces estuvieron en su mayor parte "de acuerdo con la
mente de las demás personas" (zutai), o sea, adaptadas al nivel de
comprensión de su audiencia. El Buda predica la Ley según la capacidad y las
preferencias de las personas y, así, las conduce gradualmente a la Ley
verdadera. Enseñar y revelar el corazón de la iluminación del Buda,
directamente, sin adecuar los conocimientos a la capacidad de la gente, se
llama exponer la Ley "según la propia mente del Buda". (zuijii)
Siddartha
continuó exponiendo la Ley, día tras día. Enseñó que debía rechazarse los dos
extremos de hedonismo y ascetismo; en cambio, se debía vivir de acuerdo con el
Camino Esencial. Elucidó la práctica para alcanzar este camino y también su
filosofía subyacente.
Pronto, uno de
los cinco ascetas, Kaundanna, obtuvo el discernimiento para comprender la
enseñanza. Al hacerlo, probó que la Ley a la que Siddartha había sido iluminado
también estaba al alcance de las personas comunes. Esto marcó el nacimiento del
Budismo como una práctica misericordiosa que iba más allá de buscar sólo el
beneficio personal y la iluminación.
Después de
perseverar considerablemente en esta vida comunitaria, Kaundinya adquirió la
“visión del Dharma”, es decir, el tipo de introspección que le permitió
aprender la enseñanza de Siddartha. De tal suerte, Kaundinya fue el primer
discípulo autentico del Buda. Pronto, los otros cuatro lograron este mismo
nivel de comprensión, y de ese modo se formo el Samgha u orden budista. Así
surgió la comunidad de los primeros discípulos.
En efecto,
constituyó el anuncio de una nueva religión que nacía al mundo; se dice que fue
“la primera vez que el Buda puso en marcha la rueda de la ley”. En la antigua
India, se conocía la imagen del santo o sabio ideal, que hacia girar la rueda
del universo y exponía la suprema ley de la verdad. De este concepto deriva el término
“hacer girar la rueda de la ley”, que denota la forma en que el Buda, como
hombre cabalmente iluminado, predica las verdades ultimas del universo y de la
vida humana.
Por otro lado, sería
excesivo afirmar que, al comienzo, no tuvo el menor propósito de salvar a la
humanidad y que las afirmaciones contrarias fueron invenciones de sus
discípulos y seguidores, en épocas posteriores. Después de todo, el hecho de
haber abandonado a su familia y de entrar en la vida religiosa revela, de por sí,
la inquietud que le provocaban los sufrimientos del hombre; su apasionado afán
de resolver estos problemas ya evidenciaban un deseo de salvar universalmente a
la humanidad.
En Benarés
empezó Buda a predicar su doctrina; no tardando en convertir a los cinco
monjes, a los que envió a predicar por el ancho mundo su doctrina, exhortándoles:
-Id por el mundo
para que la gente se salve y para la mejor gloria de la humanidad y de los
dioses..-
No tardaron en
unirse a él mil brahmanes de Uruvela, a los que siguió una gran muchedumbre;
por Buda dejaban los alumnos a sus maestros; reinas y reyes, montados en
elefantes ricamente enjaezados acudían a venerar al que ya consideraban santo
varón y a brindarle su amistad; la cortesana Ambapali llegó a ofrecerle un
bosque de mangos.
Buda predicó por
espacio de cuarenta años sin que ni los brahmanes ni nadie le impusiera obstáculo
alguno. Buda dividió su existencia en dos periodos bien definidos: uno nómada y
otro sedentario, con nueve meses de viaje y tres de descanso.
Durante los
meses en que se desplazaba, Buda encontraba por todas partes parques, jardines
y asilos, palacios reales y mansiones de grandes personajes, abriéndose todas
las puertas. Jamás le faltó comida, lo mismo que a sus acompañantes, si bien
practicaban el voto de pobreza y proseguían con la vida de pordioseros
mendicantes.
Precedidos por
su maestro, todos los miembros de la secta recorrían por la mañana la ciudad,
pidiendo limosna y bendiciendo por doquier tanto a los que les asistían como a
los que les negaban el óbolo suplicado.
Por las tardes,
el iniciado meditaba en "sacrosanto silencio". De esta manera se fue
propagando y conociendo el budismo. Fueron numerosas las asociaciones de monjes
budistas que se formaron en aquel tiempo, asociaciones que más adelante se
convirtieron en ricos y suntuosos monasterios y conventos; a su entorno se
agrupaban las comunidades laicas que, sin hacer vida monástica, llevaban con placer
la vida bajo la guía de los budistas.
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