sábado, agosto 03, 2013

54-El primer sermón.

El Buda continuó su camino modestamente, entregado a sus pensamientos; su rostro sereno no era alegre ni triste. Parecía sonreír levemente en su interior. Caminaba el Buda con una sonrisa enigmática, sosegada, tranquila, parecida a la de un niño sano; llevaba el hábito y caminaba igual que todos los demás monjes. Pero su cara y su manera de andar, su mirada tranquila y modesta, su mano suave y quieta y aun cada dedo de esa mano, hablaban de paz, de perfección; no buscaba, no imitaba; respiraba suavemente, reflejando una tranquilidad imperturbable, con una luz imperecedera, una paz intangible.
Ese bosque era punto de encuentro de anacoretas brahmanes. Por lo tanto, Siddartha no debe de haber practicado austeridades en soledad; lo más probable es que haya aprendido de sus semejantes diversos ejercicios y métodos, aunque no sabemos su estudio bajo la guía de algún asceta especifico, si prefirió la compañía de alguno en particular. La leyenda sostiene que, por este medio, algún día Siddartha habría de iluminarse sin falta. Como veremos, entonces, fue a estos cinco ascetas o Bhikshus a quienes dirigió su primer sermón.
Al parecer, transcurrió un mes o poco mas entre el día en que Siddartha obtuvo la iluminación y el momento en que predico su primer sermón en Sarnita, cerca de la ciudad de Banaras o Benarés. La distancia que separa a Buddh Gaya (donde Siddartha se iluminó) de Banaras es aproximadamente doscientos kilómetros.
Para ese primer sermón escogió ir a Banaras y no a Magadha porque quería predicar a los cinco Bhikshus o ascetas con quienes anteriormente había compartido la práctica de austeridades, y en ese momento los cinco se encontraban viviendo en Banaras.
-Yo vestía ropas de seda y mis ayudantes sostenían un parasol blanco sobre mi cabeza para preservarme de los rigores del sol, la lluvia o el viento. Mis perfumes, mis pomadas, mis ungüentos, siempre se adquirían en Benarés.-
Los conocía muy bien, por los muchos años de vida ascética que había compartido con ellos; en virtud de esta larga amistad, nos resulta natural que haya querido transmitir a estos camaradas antes que a ningún otro, los hallazgos de su reciente iluminación. Por espléndidas que le resultasen sus propias ideas, si no lograba exponerlas de manera convincente a las personas a quienes más conocía, jamás podría enseñar la verdad al pueblo en general. El hecho de que haya escogido como primeros interlocutores a sus viejos compañeros de búsqueda no hace sino poner de relieve su humanismo solidario y benevolente.
En el Parque de los Ciervos, sus cinco compañeros estaban practicando austeridades con diligencia, cuando uno de ellos vio a la distancia una figura que se aproximaba.
Le dijo a los demás:-¡Eh! ¿No es Gautama? Me pregunto que lo traerá por aquí...-
Otro agregó despectivamente: -Pensé que, antes que ninguno, Gautama lograría la iluminación soportando severas austeridades. ¡Entonces, de repente, abandonó la práctica! Al final, optó por una vida cómoda. Es un desertor. Cualquiera sea la razón de su regreso, no es asunto nuestro. No es necesario que nos molestemos en levantarnos para recibirlo o mostrarle alguna cortesía.-
Los cinco ascetas observaron con frialdad la silueta de Siddartha que se aproximaba.
Los cinco ascetas permanecieron sentados en inflexible silencio, observando con empaque gélido. Siddartha caminaba con gran dignidad. Se acercó, y les dirigió la palabra sonriendo. A pesar de sí mismos, todos se pusieron de pie. La voz poseía una fuerza tan atrayente, que no pudieron ignorarlo.
Cuando Siddartha se presento ante los cinco ascetas para predicar su primer sermón, que ejercería un extraordinario impacto en su propia vida y en la historia espiritual de la humanidad, fue recibido con cierta cuota de frialdad.
-Pues bien, aquí llega nuestro amigo Gautama, el que prefirió los placeres, el que renuncio a las austeridades en favor de la indulgencia. No es necesario que nos pongamos de pie para ir a su encuentro, ni que extendamos nuestras manos para recibir su túnica o su escudilla. Pero si lo desea, aceptaremos su compañía y le ofreceremos un buen lugar donde sentarse a nuestro lado.-
La actitud inicial de aquellos enseguida cedió paso a la cordialidad y al respeto. Sin embargo, convencidos de que Siddartha no había logrado una iluminación genuina, mantuvieron un tono informal y coloquial.
Les dijo que había logrado el supremo despertar y que había viajado hasta el Parque de los Ciervos para compartir con sus antiguos compañeros de prácticas ascéticas la gran verdad de esa iluminación.
Rehusaron creerle. ¿Cómo podía alguien como Gautama, que había abandonado las austeridades, lograr la iluminación?
Siddartha los reprendió por utilizar expresiones tan poco reverentes para dirigirse a un Tathagata, a un hombre perfectamente iluminado.
Sin embargo, como el anuncio de Siddartha acerca de su propia iluminación sonó arrogante a los cinco ascetas, estos prefirieron mantener un cauteloso escepticismo. Al revés, se preguntaron:
-Cuando hemos visto que alcanzara la sabiduría perfecta alguien  que abandonó la práctica de las austeridades religiosas en beneficio de la indulgencia y la comodidad?-
Siddartha reafirmo su declaración y su deseo de predicar la ley ante ellos, más los ascetas siguieron esgrimiendo objeciones. Finalmente, para acallar sus argumentos, les pregunto si alguna vez lo habían visto tan radiante y espléndido, y si alguna vez lo habían oído expresar una convicción tan clara y firme. Al escuchar estas palabras, convinieron en darle la razón y aceptaron ser interlocutores de su prédica.
-Siendo desapasionado, se llega a ser desprendido; a través del desprendimiento uno se libera. Al liberarse es el conocimiento el que se libera. Y se sabe: el nacimiento ha sido cumplido, la vida santa ha sido siempre vivida, lo que debe suceder ha sucedido, no hay nada más que hacer a este respecto.-
Siddartha se dirigió a esos rostros de ojos incrédulos con la seguridad y el aplomo de la enorme convicción que había obtenido. Pero al darse cuenta de que esa conversación no llevaría a ningún entendimiento, les dijo:
-Que ustedes crean o no en mis palabras es algo que no me va a afectar. Pero les pregunto, ¿Alguna vez me han visto tan radiante y lleno de vida? Este brillo proviene de la alegría de haber logrado el supremo despertar.-
Ciertamente, el Siddartha que estaba de pie frente a ellos distaba de ser la persona que recordaban. Su mirada llameante expresaba una honda convicción y su porte irradiaba dignidad, confianza y orgullo.
Nada habla con más elocuencia que la imagen que se ofrece como ser humano; su resplandor puede penetrar las nubes de la duda y la ilusión que oscurecen el corazón de las personas.
Ante la luminiscencia de la vida de Siddartha, los cinco ascetas decidieron abandonar las prácticas austeras y buscar las enseñanzas del Buda. Este se quedó en el Parque de los Ciervos e inició una actividad comunitaria para enseñarles la Ley a sus amigos.
Pero la magnitud de la Ley le planteó el difícil dilema de como enseñarla para que pudieran comprenderla. Finalmente, ideó un conjunto lógico de principios y los incorporó en un programa simple y práctico Luego, con gran paciencia, comenzó a enseñar en términos claros y concretos, acordes con la capacidad de sus oyentes. Sus enseñanzas de ese entonces estuvieron en su mayor parte "de acuerdo con la mente de las demás personas" (zutai), o sea, adaptadas al nivel de comprensión de su audiencia. El Buda predica la Ley según la capacidad y las preferencias de las personas y, así, las conduce gradualmente a la Ley verdadera. Enseñar y revelar el corazón de la iluminación del Buda, directamente, sin adecuar los conocimientos a la capacidad de la gente, se llama exponer la Ley "según la propia mente del Buda". (zuijii)
Siddartha continuó exponiendo la Ley, día tras día. Enseñó que debía rechazarse los dos extremos de hedonismo y ascetismo; en cambio, se debía vivir de acuerdo con el Camino Esencial. Elucidó la práctica para alcanzar este camino y también su filosofía subyacente.
Pronto, uno de los cinco ascetas, Kaundanna, obtuvo el discernimiento para comprender la enseñanza. Al hacerlo, probó que la Ley a la que Siddartha había sido iluminado también estaba al alcance de las personas comunes. Esto marcó el nacimiento del Budismo como una práctica misericordiosa que iba más allá de buscar sólo el beneficio personal y la iluminación.
Después de perseverar considerablemente en esta vida comunitaria, Kaundinya adquirió la “visión del Dharma”, es decir, el tipo de introspección que le permitió aprender la enseñanza de Siddartha. De tal suerte, Kaundinya fue el primer discípulo autentico del Buda. Pronto, los otros cuatro lograron este mismo nivel de comprensión, y de ese modo se formo el Samgha u orden budista. Así surgió la comunidad de los primeros discípulos.
En efecto, constituyó el anuncio de una nueva religión que nacía al mundo; se dice que fue “la primera vez que el Buda puso en marcha la rueda de la ley”. En la antigua India, se conocía la imagen del santo o sabio ideal, que hacia girar la rueda del universo y exponía la suprema ley de la verdad. De este concepto deriva el término “hacer girar la rueda de la ley”, que denota la forma en que el Buda, como hombre cabalmente iluminado, predica las verdades ultimas del universo y de la vida humana.
Por otro lado, sería excesivo afirmar que, al comienzo, no tuvo el menor propósito de salvar a la humanidad y que las afirmaciones contrarias fueron invenciones de sus discípulos y seguidores, en épocas posteriores. Después de todo, el hecho de haber abandonado a su familia y de entrar en la vida religiosa revela, de por sí, la inquietud que le provocaban los sufrimientos del hombre; su apasionado afán de resolver estos problemas ya evidenciaban un deseo de salvar universalmente a la humanidad.
En Benarés empezó Buda a predicar su doctrina; no tardando en convertir a los cinco monjes, a los que envió a predicar por el ancho mundo su doctrina, exhortándoles:
-Id por el mundo para que la gente se salve y para la mejor gloria de la humanidad y de los dioses..-
No tardaron en unirse a él mil brahmanes de Uruvela, a los que siguió una gran muchedumbre; por Buda dejaban los alumnos a sus maestros; reinas y reyes, montados en elefantes ricamente enjaezados acudían a venerar al que ya consideraban santo varón y a brindarle su amistad; la cortesana Ambapali llegó a ofrecerle un bosque de mangos.
Buda predicó por espacio de cuarenta años sin que ni los brahmanes ni nadie le impusiera obstáculo alguno. Buda dividió su existencia en dos periodos bien definidos: uno nómada y otro sedentario, con nueve meses de viaje y tres de descanso.
Durante los meses en que se desplazaba, Buda encontraba por todas partes parques, jardines y asilos, palacios reales y mansiones de grandes personajes, abriéndose todas las puertas. Jamás le faltó comida, lo mismo que a sus acompañantes, si bien practicaban el voto de pobreza y proseguían con la vida de pordioseros mendicantes.
Precedidos por su maestro, todos los miembros de la secta recorrían por la mañana la ciudad, pidiendo limosna y bendiciendo por doquier tanto a los que les asistían como a los que les negaban el óbolo suplicado.


Por las tardes, el iniciado meditaba en "sacrosanto silencio". De esta manera se fue propagando y conociendo el budismo. Fueron numerosas las asociaciones de monjes budistas que se formaron en aquel tiempo, asociaciones que más adelante se convirtieron en ricos y suntuosos monasterios y conventos; a su entorno se agrupaban las comunidades laicas que, sin hacer vida monástica, llevaban con placer la vida bajo la guía de los budistas.

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