La tradición ha
conservado el famoso sermón de Benarés, resumen de la doctrina de Siddartha.
-Me llamaís
amigo pero no me dais mi nombre verdadero. Yo soy el Liberado, el Iluminado, el
Iniciado, el Bienaventurado, el Buda. Prestad atención: ha sido hallada la
liberación de la muerte. Yo enseño la doctina y os digo que si vivís según sus
preceptos, según sus normas, según sus enseñanzas, alcanzareís la santidad
perfecta y absoluta y hasta en esta vida conocereís la verdad. Ya basta de
mortificaciones, puesto que es bastante con renunciar a todos los placeres de
los sentidos materiales. Esta es ¡Oh amigos mios, la santa verdad para la
eliminación, para la conquista del sufrimiento; la supresión del ansia por la
destrucción del deseo, apartandolo, desligandose, liberandose del mismo. Esta
es¡Oh monjes y amigos mios!, la santa verdad sobre la eliminación del dolor.
Es harto dificil
disparar flecha tras flecha contra el agujero estrecho de una cerradura situada
a larga distancia y acertar todos los tiros, sin fallar ninguno. Más dificil
resulta todavia disparar y atravesar con la punta de un cabello cien veces
hendido, un fragmento de cabello también hendido.-
Después de la
conversión de los cinco ascetas, Siddartha permaneció un tiempo en Banaras
junto a sus nuevos discípulos. Banaras era la capital del poderoso reino de
Kashi, situado al noroeste de Magadha, en la India central.
Prospero centro
comercial, se hallaba situado en un punto estratégico donde convergían rutas de
transporte terrestre y fluvial, y donde se llevaba a cabo un importante trafico
de mercancías con los estados vecinos. Al igual que Rajagriha, la capital de
Magadha, Banaras o Benares, parece haber
sido cuna de una nueva clase de opulentos mercaderes. De hecho, el primer
discípulo de Siddartha, después de los cinco ascetas, fue un joven llamado
Yashas, hijo de un rico comerciante de Banaras.
Siddartha pasó
sus días en el Parque de los Ciervos exponiendo la Ley a los cinco acetas que
se habían convertido en sus discípulos.
En cierta
oportunidad, cunado estaba descansando, vio que se aproximaba un joven. Se
quejaba y suspiraba lastimeramente:
-¡Oh, cuanto
sufrimiento! ¡Cuanta amargura!-
Su nombre era
Yashas. Era hijo de una familia rica y, hasta ese momento, había vivido en el
lujo y la comodidad, con un sequito de doncellas que respondían a todos sus
antojos. Sin embargo, no estaba satisfecho. Sentía que su vida estaba vacía,
tan yerma como un cementerio. Por eso, había huido del hogar.
Criado en medio
de lujos, Yashas tenía tres residencias: una para la estación lluviosa, otra
para los meses estivales y una última para pasar el invierno. Yashas era
constantemente atendido por un desfile de doncellas, y su vida era un festín
interminable, engalanado de danzas y de música.
Pero a pesar de
estas circunstancias, a cual más placentera, internamente Yashas se sentía
desencantado de esa vida de indulgencia sensual; cuanto más deleites ponían a
su alcance, más hondas se tornaban su angustia y su sensación de vacío
espiritual. Finalmente, una noche huyo de su hogar y comenzó a deambular en
busca de paz espiritual, y fue entonces cuando conoció a Siddartha.
Este descansaba
en Sarnath cuando escuchó al joven llorar atormentado. Lo invito a sentarse
junto a él, le aseguró que ya no tendría mas motivos de angustia y comenzó a
predicarle la ley. Yashas, que solo había conocido el vacío espiritual hasta
entonces, respondió a las palabras de Siddartha con júbilo y decidió abrazar la
nueva religión.
No le habló de
inmediato sobre la Ley de la vida. Con envolvente calidez, le habló sobre la
manera correcta en que debían vivir las personas y le señaló la necedad de una
existencia esclavizada por el deseo. Yashas sintió que su corazón se
purificaba.
Cuando Siddartha
vio que el joven había recuperado la compostura, comenzó a exponer una parte de
la Ley. Yashas lo escuchaba con mucha atención, sus mejillas sonrosadas
denotaban su interés. Comenzó a surgir en su interior el deseo de abrazar la
Ley. Siddartha había empezado por brindar al desesperanzado jovan un cálido
apoyo.
En cuanto a
Yashas, en su hogar se había producido una gran conmoción. Su adinerado padre
había enviado sirvientes en todas direcciones, pero no había podido esperar; él
mismo había partido en busca de su hijo.
Finalmente llegó
al parque de los ciervos donde encontró a Siddartha. Este le expuso la
Ley, y el ansioso padre se impresionó
enormemente. Al escuchar la enseñanza, tomó conciencia de que la riqueza y la
fama no eran todo en la vida. Descubrió el sendero eterno de la verdad única
para toda la humanidad y, al igual que Yashas, decidió seguir a Siddartha. Sin
embargo, como jefe de su clan, no le era posible abandonar sus
responsabilidades para ingresar en la comunidad religiosa. En cambio, se dedicó
a la práctica budista como creyente laico. También permitió que su hijo dejara el hogar y renunciara a la vida
secular.
Además, invitó a
Siddartha a su hogar para que lo escuchasen predicar su esposa y su nuera; y
ambas abrazaron la nueva fe. Un significativo encuentro que las llevó a
convertirse al Budismo. Por otro lado, los amigos de Yashas, que siempre lo
habían admirado por su inteligencia brillante, también quisieron conocer su
nueva vida como monje. Cuando fueron a visitarlo y escucharon predicar a su
maestro, todos ellos también se sumaron a la orden.
En el mundo de
la fe, el despertar de una persona jamás termina ahí, sus reverberaciones
fluyen hacia innumerables seres, como pequeñas olas que se expanden en un
estanque.
Yashas era un
joven honesto y muy apreciado. La noticia de su ingreso en la vida religiosa se
difundió entre sus amigos con la velocidad de un rayo. Curiosos por saber más
acerca de la persona que lo había cautivado, como también acerca de la
enseñanza que predicaba, fueron a visitar a Siddartha. Después de ese
encuentro, ellos también, uno tras otro, abandonaron el hogar para empezar a
transitar el nuevo camino. Pronto, el número creció hasta sobrepasar los
cincuenta.
Atesorar a cada
persona, forjar a cada individuo es la fórmula inalterable que conduce a la
propargación amplia del Budismo.
En el Parque de
los Ciervos, unos sesenta seguidores se reunieron en torno a Siddartha y lo
aceptaron como maestro. Aunque pocos en cantidad, constituían una orden
religiosa.
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