-Después de la batalla,-continuo Asvapati.-Siddharta y yo conversamos en sus habitaciones. Estaba sentado en la terraza. Era una noche muy hermosa; el perfume de las flores impregnaba el ambiente. Como de costumbre, Siddharta estaba rodeado de sus doncellas, que están locamente enamoradas de él. Pero él parecía triste, preocupado. Estaba distraído, jugando con su espada con una mano y acariciando con la otra a su nueva favorita,. Hablo acerca de la batalla y la sangre que había derramado. “Es muy fácil,-me dijo.-tomar la vida, y crear vida.” Parecía preocupado por lo que él denomina “cumplir con lo que le exige su naturaleza.” Dijo que al matar a otros hombres cumplía con sus deberes como guerrero y que su karma en esta vida era luchar para proteger su reino. Pero a juzgar por su tono de voz, no sé si lo decía en serio o si solo quería comprobar mi reacción. No me mires de ese modo,-protestó el brahmán.-me limito a repetir lo que dijo tu hijo.-
-Esta bien, continua.-respondió el rey.
-Me recordó, o mejor dicho me reprochó, que yo mismo le había enseñado estas cosas. Se quejo de que estaba triste y me pidió que le explicara el motivo. Me dijo que puesto que yo era un hombre santo y le había prometido de niño que alcanzaría la paz, él debía alcanzarla. No obstante creo que comprendió que no poseo el poder de otorgarle la paz. Me dio la impresión de que algo le inquietaba, un algo que no me había revelado. Le dije que nunca lo había visto así, tan preocupado y abstraído, y le pregunté se le había sucedido algo malo. Tras una larga pausa, durante la cual Siddharta permaneció pensativo, contemplando las estrellas, me respondió que solo sabia que cuando fue a visitar a su nodriza, Poshika, y la vio convertida en una anciana decrepita y enferma, experimento una extraña sensación...-
-Que quieres decir? Que tipo de sensación? Cómo es posible que fuera verla? Le prohibí que entrara en las habitaciones de las mujeres.-
-Con todos mis respetos,-contesto Asvapati.-insisto en que solo puedo repetirte lo que me dijo tu hijo. No tienes motivos para enfadarte conmigo. Lo único que comento fue que experimentaba una sensación que no alcanzaba a definir, que su corazón estaba triste y tenia la mente en blanco. Se sentía confuso, pero al mismo tiempo, dijo que lo había comprendido.-
Tras esas palabras, Asvapati se volvió y fingió contemplar el paisaje, confiando en que el rey cambiaría de tema.
El rey permanecía sumido en un profundo aunque elocuente silencio.
-Que te inquieta, señor?-pregunto Asvapati, notando la vulnerabilidad de su rey.
-Desde que mi esposa, la reina Maya, murió al dar a luz, esa profecía me atormenta.-contesto el rey con voz temblorosa. Luego tratando de dominar sus temores, exclamo:-Mi hijo ha nacido para ser rey! Para gobernar nuestro reino, no para renunciar a el! Debe casarse con una mujer tan hermosa como su madre, que le dará muchos hijos. Debemos inculcarle el deseo de ser rey. Me has oido? Tanto tu como yo, debemos...-
Asvapati, para impedir que el rey estallara, lo interrumpió.
-Los hombres no podemos intervenir en estos asuntos. Si el deseo de Brahma era darte un hijo destinado a ser el iluminado, ese es tu karma.-
El rey, mas calmado, miró al brahmán y dijo:-Yo soy el rey. Tengo exigencias, necesidades. No he pedido a Brama regalos y favores. Solo le pedí que me concediera un heredero. Tengo derecho a exigir que mi hijo me obedezca. Es un guerrero y un estratega excepcional. No cabe duda de que ha nacido para gobernar.-
Comprendiendo que era preferible no insistir, Asvapati se reclino en los mullidos almohadones bordados en oro, confiando en que el resto del viaje discurriera mas apaciblemente.
La caravana atravesó las turbias corrientes del río Acivarati, que fluía desde las lejanas montañas, la seca tierra de las llanuras y las suaves arenas del desierto a medida que se aproximaban a la gran metrópoli, Saravasti, la capital de Josala, situada en las orillas meridionales de Acivarati.
Siddharta y Ananda condujeron a la comitiva a través de la exótica ciudad, siguiendo de cerca al emisario. Cuando se quedaron a solas, Chandaka noto un leve tirón y se metió por unas estrechas callejuelas. En comparación con la concurrida y animada metrópoli, Kapilavastu, la capital de Sakya, parecía una pequeña aunque bien administrada población.
Siddharta se quedo asombrado al contemplar la cantidad de pordioseros, harapientos y cubiertos de llagas, que inundaban las calles de la ciudad. Con las espaldas encorvadas, apenas capaces de mantenerse en pie, constituían una sombra de lo que Siddharta consideraba la humanidad. Los mendigos se acercaban a él para que les arrojara una limosna, mirándole con expresión vacua. Siddharta nunca jamás había visto tanta miseria humana, tal manifestación de degradante pobreza.
Mientras atravesaba el mercado situado en el centro comercial de la ciudad, Siddharta contemplo centenares de pintorescos pájaros encerados en jaulas. Las voces de los vendedores y los compradores se mezclaban con el canto de las aves. El mercado daba paso a un barrio lleno de chozas de bambú, donde unos niños andrajosos jugaban junto a las alcantarillas. Algunos de los míseros habitantes de aquellas chozas corrían de un lado al otro como termitas, tratando de encontrar comida, mientras otros yacían en la calle, resignado a su suerte.
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