domingo, mayo 01, 2005

38-La cremación.

Siddharta se levantó lentamente y respondió:
-Debo permanecer un rato a solas. Me reuniré mas tarde contigo.-
Ananda asintió y salio apresuradamente, dejando a su amigo a solas con su dolor.
Una vez solo, incapaz de contemplar el cadáver de su amada esposa, Siddharta salio de la habitación y se dirigió a los establos.
Monto en su caballo y partió al galope. La incertidumbre y la inconsciente búsqueda de un remedio que aplacara su dolor lo condujo hasta la vieja ciudadela de Mahabali el renegado, el lugar donde de niño había aprendido tantas cosas que le habían ayudado a comprender otras de mayor importancia. El revolucionario pensamiento de su maestro, su escepticismo respecto a lo conocido, había abierto numerosas puertas en la viva imaginación de Siddharta, provocando preguntas que eran fáciles de responder cuando todo iba bien, pero difíciles de contestar cuando uno era presa del dolor.
La ciudadela no había cambiado; el viento soplaba sobre las impresionantes ruinas.
Siddharta se dirigió lentamente hacia la gigantesca pirámide y levanto la vista. El mecanismo que ponía en marcha el universo yacía abandonado y oxidado. Siddharta subió la empinada escalera. Cuando llego a lo alto de la pirámide, sonrió con nostalgia. Entro en los aposentos que solía ocupar Mahabali y se deslizo sigilosamente, como un tigre, por las habitaciones cubiertas de hierbajos. Luego penetro en la alcoba de su maestro y miro a su alrededor, evocando el pasado. De pronto vio la aceitera en el repecho de la ventana, vacía y cubierta de telarañas.
-Que normas engrasaran ahora el mecanismo del universo, maestro?-pregunto Siddharta suavemente.
Suddhodana sintió que su hijo y heredero estaba pensando en la vida religiosa. Según una fuente, el Rey arregló el matrimonio de Siddharta con la hermosa Yasodhara para impedir que aquel abandonara el hogar. La pareja tuvo un hijo, Rahula, quien luego se convertiría en uno de los diez discípulos principales de Siddharta y llegaría a ser el “primero en la práctica no conspicua”. Una forma de practicar en la cual las buenas acciones se realizan en secreto, sin que los demás se den cuenta.
La mayoría de quienes rodeaban a Siddharta creyeron que al casarse y tener un hijo se asentaria. Pero el tormento espiritual del joven príncipe continuó. En verdad, cuanto más pensaba en la responsabilidad de asumir el trono, mas se intensificaba su sufrimiento. Razono: “las personas pelean y se matan, tratan de dominar con las armas. Pero incluso el poder militar más temible esta condenado a ser destruido algún día por el mismo medio que utilizo para conquistar a otros. Ninguno de nosotros puede escapar de los sufrimientos de la condición humana: la vejez, la enfermedad y la muerte. Seguramente, lo más importante es buscar el modo de liberarnos de ellos.” En vez de vivir en un mundo regido por la pericia militar, busco el verdadero sendero del humanismo. Así pues, decidió renunciar al esplendor palaciego e iniciar la búsqueda del reino eterno del espíritu.
Cuando Siddharta comunico esto a su padre, el Rey sintió una gran pesadumbre. “Ha ocurrido lo que he temido durante tanto tiempo. Es mi único heredero. ¿Acaso no le he dado siempre lo mejor? ¿Por qué no puede estar satisfecho?” Suddhodana estaba confundido, pero también estaba enojado. Temblaba de indignación. De inmediato, tomo medidas para impedir que su hijo se alejara del hogar. Le brindo comodidades y lujos aun mayores y ordeno a los criados que le prodigaran atenciones y entretenimientos. Pero Siddharta permaneció firme. Finalmente, el Rey le prohibió poner un pie fuera del palacio.
Pero nada pudo apagar la llama del espíritu de búsqueda. Cierta Noche, mientras cabalgaba en su amado corcel en compañía de un fiel asistente, Siddharta burlo la estrecha vigilancia y abandono la ciudad de Kapilavastu
Las fuentes difieren acerca de la edad que tenia en ese entonces; algunas dicen diecinueve, otras veintinueve. Algunos relatan los hechos de forma distinta. Pero haya ocurrido de una u otra forma, el dejo el hogar paterno.
La noche había caído sobre ellos.
Había llegado el momento de iniciar el ritual, por respeto al brahmán.
El rey Suddhodana estaba de pie ante la pira funeraria, formada por un montón de ramas secas, levantada con ayuda de unos pocos soldados magadhanos en el centro del patio del palacio. Sobre ella yacía el cuerpo de Yasodhara, con los ojos cerrados, su pálido rostro sereno y luminoso. Ananda y Chandaka se hallaban junto a las antorchas que estaban clavadas en el suelo, alrededor de la pira. Las nubes ocultaban la luna y las estrellas. Siddharta estaba junto a su padre, pálido e inmóvil.
Asvapati tomo una antorcha y prendió fuego a la pira, mientras pronunciaba las palabras brahmánicas destinadas a facilitar el transito del alma, los ritos en honor de los seres queridos. Las ramas empezaron a arder de inmediato y devoraron el cadáver de Yasodhara.
El rey recordaba el momento en que había visto a su esposa la madre de Siddharta, yaciendo sobre la pira funeraria, y el dolor que había experimentado al ver el cuerpo de su amada, que el había abrazado y acariciado, desintegrarse entre las llamas. El cuerpo es solo un caparazón, el contenido se conserva eternamente; pero es terrible contemplar como arde el cuerpo de un ser querido. Suddhodana comprendía lo que sentía su hijo en aquellos momentos, pues el también había amado a su esposa profundamente.
Las llamas rojas, naranjas, amarillas, devoraban avidamente el dhoti rojo, las ramas secas, la carne… El fuego desprendía unas columnas de humo negro, denso y acre. El hedor era nauseabundo. Los asistentes presenciaban estremecidos el macabro espectáculo, percibiendo el espantoso sonido de las ramas al quebrarse y de la materia al estallar.

37-La muerte.

Se estaban ultimando los preparativos para la batalla. Ya anochecía cuando Siddharta, cubierto con su armadura, recorrió el campamento para charlar brevemente con los soldados e infundirles ánimos. Los herreros inspeccionaban las carrozas para reparar los daños que los vehículos habían sufrido durante el viaje a Sakya. Habían dado de comer a los caballos y habían examinado sus cascos. Aun quedaba lo más importante: idear, desarrollar y poner en marcha una hábil estrategia.
El general, el jefe del departamento de información y Siddharta pasaron la noche en vela, trazando los planes de la campaña. Las sugerencias de Siddharta eran favorablemente acogidas por sus compañeros, quienes admiraban su sentido de la estrategia, fruto de su conocimiento de la mente humana y de sus reacciones.
Un mensajero les trajo la noticia de que Virudaja había reunido a sus tropas, junto con las de los reinos vecinos, por segunda vez, formando un ejército mayor que el anterior para enfrentarse a as fuerzas de Magadha y salir victorioso.
La noche cayó sobre el campamento. Los tres hombres estaban sentados en unos cojines alrededor de una mesa sobre la que había varias bandejas de comida dispuestas, pero apenas probaron bocado. El soma corría en abundancia. Mientras decidían si debían aguardar a que aparecieran los josalas o era preferible atacarlos en su propio elemento, Ananda entro apresuradamente en la tienda.
-Debes venir inmediatamente, Siddharta.-dijo.-Yasodhara esta a punto de dar a luz.-
El parto había agotado las escasas fuerzas que le quedaban a Yasodhara, quien yacía en el lecho empapada en sudor. Las viejas la atendían solícitamente, sin apartar la vista de su demacrado rostro. Las velas iluminaban las profundas líneas que el dolor había grabado en su rostro. De pronto lanzo un grito de dolor al sentir de nuevo un espasmo que le atravesaba el vientre. Luego sintió como si algo estallara en su interior y noto un líquido caliente que se deslizaba entre sus piernas, empapando las ropas de la cama. Temblando de miedo y fatiga, la joven respiro hondo, tratando de recuperar el aliento.
-Empuja! Empuja!-le ordeno una de las viejas.
Yasodhara empujo con todas sus fuerzas, una y otra vez, hasta que al fin una de las curanderas anuncio con tono triunfal:
-Es un niño.-
Tras limpiar al recién nacido con un paño húmedo, lo deposito en los brazos de su madre.
Yasodhara trato de incorporarse unos instantes para mirar a su hijo con ternura, pero cayo de nuevo sobre los cojines, agotada por el esfuerzo.
Al llegar al palacio, el príncipe corrió junto a su esposa. Al verla yaciendo inmóvil, inerme, Siddharta se arrodillo a su lado, tembloroso. Una de las viejas se acerco para mostrarle a su hijo.
-Es un niño.-murmuro Yasodhara, tratando de sonreír.-Se convertirá en un gran hombre, como su padre.-
Siddharta, sosteniendo su frágil mano entre las suyas, apenas yo lo que le decía.
-Te quiero, te necesito. No me abandones… -le suplico Siddharta, tratando de dominarse.
Jamás te abandonare, mi amor, le respondió Yasodhara con los ojos, soy tuya para siempre.
-Al igual que mi sombra, serás mío en todas partes…-murmuro Yasodhara suavemente.
-Para amarte en la alegría y en el dolor…-incapaz de seguir conteniendo su emoción, Siddharta rompió a llorar.
-…para que me consueles en la hora de la muerte.-Yasodhara pronuncio sus ultimas palabras con dificultad, sus febriles ojos fijos en Siddharta. Al cabo de unos instantes, su espíritu abandono este mundo para internarse en las nebulosas regiones de la siguiente vida. Su cuerpo, que antes emanaba calor y se movía en armonía con la vida, yacía inmóvil y blanco como el mármol.
Siddharta cerro los ojos, esforzándose en rechazar lo inaceptable, abrumado por su repentina soledad, la perdida de su amor, su ser, su felicidad, su humanidad…
Sintió deseos de morir, de caer en un pozo sin fondo que se abría para recibirlo, en un vacío informe, sintiendo únicamente la presencia de su insoportable dolor.
El tiempo se deslizaba a través del vacío sin solución de continuidad; nada podía romper la estática inmovilidad del dolor.
Por respeto al dolor del príncipe, las mujeres aguardaron en un rincón de la habitación. Las velas se fueron consumiendo, pero Siddharta permanecía inmóvil. Finalmente las curanderas decidieron retirarse, pero antes lavaron y vistieron el cadáver de Yasodhara para prepararlo para el funeral. Siddharta las observo, inmóvil como una estatua. Vistieron a Yasodhara con un dhoti rojo, su color favorito, que contrastaba con la palidez de su rostro. Le cruzaron los brazos sobre el pecho y le colocaron un hermoso collar alrededor del cuello. Incluso muerta, su rostro expresaba vida, ternura. Alrededor del cuerpo depositaron unas flores silvestres carmesíes.
La vida no respeta el dolor. Junto a la puerta de la cámara mortuoria, Ananda aguardaba con paciencia mientras su querido amigo lloraba la muerte de su esposa. Al cabo de un rato, entro sigilosamente y apoyo una mano en el hombro de Siddharta.
-Siddharta, tu ejército esta dispuesto...-

36-El destino se cumple.

Se dirigió corriendo a los aposentos de su padre y entro sin llamar. El rey estaba sentado en el suelo, aguardando a que Asvapati le trajera noticias. A pesar de que aun se sentía débil, ya se había recuperado de sus heridas. Siddharta observo que había envejecido; la barba se le había vuelto blanca y unas arrugas surcaban su frente. Sus bondadosos ojos estaban rodeados por unas profundas ojeras, pero su rostro se ilumino al ver a su hijo.
Impresionado por el aspecto que ofrecía su padre, Siddharta decidió llevárselo de allí y arrastro al monarca, pese a las protestas de este, hacia los establos, donde solo quedaban unos pocos caballos en el espacio reservado a las monturas del rey y del príncipe. De camino hacia las cuadras, se encontraron con Asvapati. Siddharta le rogó que los siguiera, dejando a Chandaka y Ananda que atendieran a Yasodhara.
Los tres hombres cabalgaron a través de la ciudad desierta, hacia las colinas. Suddhodana no daba crédito a sus ojos.
-Ese canalla,-mascullo.-esa serpiente pagara muy caro lo que ha hecho. Ha matado a la amatoria de nuestros hombres y ha arrebatado a su hermana lo más valioso: sus padres, sus lazos con su pueblo, incluso la posibilidad de ser reina.-
Siddharta estaba pálido como un fantasma.
-No le odies, padre.-contesto.-Todo regresa. Sígueme y no te preocupes.-
Su voz sonaba suave como la miel. Suddhodana sabia que su hijo sufría, pero no quería sincerarse. La sensación de que le había fallado, de que no había conseguido proteger su reino, hizo que Suddhodana se sintiera profundamente apenado. Temía que Siddharta no se lo perdonara nunca.
Al llegar a la cima de la colina, divisaron el campamento del ejercito magadhano.
El rey mudo de color. En lugar de explicarle el motivo de la presencia de las fuerzas de Magadha, Siddharta sonrió con tristeza y pidió a su padre y al brahmán que lo siguieran.
El desconcierto de Suddhodana fue en aumento a medida que se aproximaban al campamento, formado por un océano de tiendas, soldados y caballos. Todos los hombres se inclinaron respetuosamente ante Siddharta. Al cabo de unos minutos llegaron a la tienda del general y entraron sin anunciarse.
El general se hallaba de pie en el centro de la espaciosa tienda, estudiando unas figuritas colocadas sobre una tabla. Cuando vio entrar a Siddharta, lo saludo con una reverencia.
-Te presento a mi padre, el rey de Sakya.-dijo Siddharta.
-Señor.-respondió el general con tono de respeto.
-Que hacéis tu y tus hombres aquí?-inquirió Suddhodana.
-El ataque de los josalas contra Sakya convenció al rey Bimbisara de que Virudaja es un embustero y un traidor. Por consiguiente, el rey me ha encomendado la misión de reconquistar Sakya y los territorios circundantes. A cambio, los sakyas serán nuestros aliados en la paz.-
Conmovido, el anciano rey se sentó.
-Así pues, habéis acudido para ayudarnos.-dijo Asvapati, mirando asombrado al general.
-En efecto.-asintió este.-Estamos listos para iniciar el ataque al amanecer.-
De golpe, Suddhodana rompió a reír histericamente, incapaz de seguir reprimiendo sus emociones. El general lo miro alarmado y pregunto:
-Estas bien, excelencia?-
El rey asintió y abrazo al general efusivamente. Incluso la alegría resultaba difícil de expresar después de tanto dolor.
-Si. General.-contesto, alzando una copa de Soma.-¡Brindemos por la paz!-
El licor ayudo al rey a serenarse. A continuación, los hombres se acomodaron sobre unas esteras en el suelo y se entregaron a una charla amistosa. Al cabo de un rato, el rey Suddhodana se levanto y anuncio que deseaba regresar al palacio. Necesitaba estar a solas para reflexionar.
Asvapati y el rey partieron juntos. Asvapati estaba pensativo, analizando los hechos de forma filosófica, con cierta distancia y frialdad, lo cual evitaba que se dejara arrastrar por las pasiones y las emociones. El rey, sin embargo, se sentía exultante.
-Deja de rumiar como una vaca, brahmán.-dijo el monarca mirando a Asvapati de reojo.-Todo esta perfectamente claro.-
-Señor?-
-La profecía de Ashita. Acaso no estas pensando en eso?
Asvapati detuvo a su caballo y aguardo a que el rey prosiguiera.
-Esta claro que mi hijo ha tomado una decisión.-declaro Suddhodana.
El brahmán trato de responder con una evasiva, pero su deber de preparar al rey le obligaba a expresar su opinión.
-Las cosas suceden cuando suceden. Un hombre prudente nunca se deja cegar por la evidencia, señor.-
-Eso es una redundancia.-replico el rey. En el fondo, se negaba a admitir que Asvapati podía tener razón; los hechos habían demostrado sobradamente que el brahmán no tenia un pelo de tonto, lo cual alimentaba los temores y complejos del rey.
Furioso, Suddhodana espoleo a su caballo y partió al galope hacia el palacio, dejando a Asvapati atrás. El brahmán sabía que el rey temía haber fallado a su hijo. Y a su vez Asvapati temía haber fallado al rey. Hacia años que intentaba prepararlo, pero ni siquiera había conseguido que aceptara la posibilidad de… otro camino. Suddhodana se aferraba ciegamente a sus esperanzas, cerrándose a todo cuanto pudiera acabar con ellas. Asvapati empezaba a pensar que el mundo se basaba en unos principios que el no podía aceptar. La cruda realidad mostraba otra cosa, el mundo parecía haberse puesto de cabeza.

35-La destrucción.

Cuando los primos se volvieron a ver, Chandaka relato lo sucedido al pariente de Siddharta.
Ananda trataba de seguirlo, de comprender el significado de las palabras de Siddharta.
-Estarías incluso dispuesto a perdonarle la vida a un josala?-pregunto, mirándolo con desconfianza.
Siddharta no respondió. Estaba absorto, con la mirada perdida en el infinito. Al cabo de un rato, como si despertara de un trance, se volvió hacia sus amigos y dijo:-Vamos, debemos regresar.-
Las fuerzas magadhanas encabezadas por Sidhartta y sus dos amigos, llegaron a Kapilavastu. La ciudad estaba vacía, desierta. Por doquier yacían restos humanos. En las calles reinaba un silencio sepulcral, interrumpido de vez en cuando por los gritos de los buitres posados en los tejados. La atmósfera estaba impregnada de un fétido olor a sangre.
Ananda caminaba detrás de sus amigos.
Las tropas llegaron a las puertas del palacio sin topar con la menor resistencia. Cuando penetraron en el, los pocos josalas que había dejado Virudaja para custodiar a los prisioneros depusieron las armas, implorando que les perdonara la vida.
Sus pasos resonaban sobre los suelos de mármol del palacio, por cuyos pasillos vibraban antaño las risas de sus ocupantes. Las fuerzas enemigas lo habían arrasado todo a su paso: cojines, tapices, jarrones… Sidhartta se detuvo y ordeno a sus hombres que aguardaran, excepto Ananda y Chandaka.
Los tres amigos se dirigieron hacia la sala sacrificial, donde seguramente encontrarían a los prisioneros rezando.
Asvapati, ataviado con un impecable Dhoti blanco, con el cabello recogido en un moño, estaba arrodillado ante el hogar, orando. Sobre el altar, Agni, señor del fuego del sacrificio, aparecía sentado sobre un carnero de aspecto feroz. Incluso los dioses estaban predestinados. Asvapati abrió el Shraddha y saco unas hojas de Kusa, la hierba sagrada, que deposito ante el altar. Luego, sosteniendo unas tortas de arroz, dijo en voz alta:
-Invoco la presencia de las almas de quienes pertenecen a esta familia y han muerto en medio de terribles sufrimientos. Ofrezco estos dones a los espíritus que están condenados a padecer el tormento de la más indigna de las reencarnaciones, los dolores de Kumbhipaka. Acepta, ¡Oh, Agni!, este sacrificio nuestro, no nos castigues...-
Al reparar en la presencia de Siddharta y sus dos amigos, Asvapati se interrumpió. La satisfacción de ver de nuevo al príncipe quedaba mitigada por el dolor que sentía ante la bárbara destrucción de Sakya.
-Me alegro de volver a verte.-balbuceo el sacerdote.
-Donde esta mi padre?-pregunto Siddharta, temblando de emoción.
-Cayo herido en la batalla contra Virudaja, pero ya se ha restablecido. Esta deseando verte.-
-Y Yasodhara?-
El brahmán miro a Siddharta con tristeza y dijo:
-Aguarda unos instantes.-
Yasodhara estaba tendida sobre una tabla en el suelo, rodeada de curanderas. Una de ellas le daba unos sorbos de un potente brebaje que ardía en el hogar, mientras otra le limpiaba el sudor y le aplicaba paños empapados de agua fría sobre la frente. La habitación estaba iluminada por unas velas colocadas sobre unos altos candelabros de hierro forjado y por el resplandor de la luna que se filtraba por las ventanas.
Siddharta entro sigilosamente para no asustar a su esposa. Al verla allí en el suelo, jadeando y empapada en sudor, se arrodillo junto a ella y le acaricio la mano.
Yasodhara abrió los ojos y dijo:
-Has cumplido tu promesa. El niño todavía no ha soltado su primer llanto…-
Siddharta asintió y le beso las manos.
-Te he echado de menos.-dijo Yasodhara, llorando por la emoción de tener de nuevo a su esposo junto a ella.-Temía que el océano… -Su voz era tan débil que Siddharta se inclino sobre ella para oír lo que decía.-Yo era como un águila sin alas, pero has vuelto y me siento mejor…. Te necesito.-
Yasodhara sonrió, pero Siddharta se dio cuenta de que el parto presentaba complicaciones.
-¡Amor mío!-exclamo, aterrado.
Yasodhara lo miro, implorándole con la mirada que la abrazara, y el obedeció.
De pronto, un espasmo sacudió el cuerpo de la joven. Las curanderas le obligaron a beber otro sorbo del brebaje, mientras Yasodhara trataba de reprimir un grito de dolor. Por primera vez en su vida, Siddharta se sentía débil e impotente.
Respirando profundamente, Yasodhara sujeto con fuerza la mano de su marido, esperando a que se calmaran los dolores que le atravesaban el vientre. Luego lo miro sonriendo y dijo con ternura:
-El niño sabe que estas aquí, esta impaciente por conocerte. Le he hablado tanto de ti…-
Agotada por el esfuerzo, Yasodhara cerró los ojos durante unos instantes. Al poco rato sintió otra contracción que le hizo lanzar un alarido de dolor. Una de las viejas se acerco y rogó a Siddharta que se retirara. Siddharta se levanto indeciso, sin saber que hacer, aterrado ante la idea de perder a su amada esposa.
Tras unos instantes de vacilación, salio apresuradamente de la estancia, mientras las lagrimas rodaban por sus mejillas.