Siddharta se levantó lentamente y respondió:
-Debo permanecer un rato a solas. Me reuniré mas tarde contigo.-
Ananda asintió y salio apresuradamente, dejando a su amigo a solas con su dolor.
Una vez solo, incapaz de contemplar el cadáver de su amada esposa, Siddharta salio de la habitación y se dirigió a los establos.
Monto en su caballo y partió al galope. La incertidumbre y la inconsciente búsqueda de un remedio que aplacara su dolor lo condujo hasta la vieja ciudadela de Mahabali el renegado, el lugar donde de niño había aprendido tantas cosas que le habían ayudado a comprender otras de mayor importancia. El revolucionario pensamiento de su maestro, su escepticismo respecto a lo conocido, había abierto numerosas puertas en la viva imaginación de Siddharta, provocando preguntas que eran fáciles de responder cuando todo iba bien, pero difíciles de contestar cuando uno era presa del dolor.
La ciudadela no había cambiado; el viento soplaba sobre las impresionantes ruinas.
Siddharta se dirigió lentamente hacia la gigantesca pirámide y levanto la vista. El mecanismo que ponía en marcha el universo yacía abandonado y oxidado. Siddharta subió la empinada escalera. Cuando llego a lo alto de la pirámide, sonrió con nostalgia. Entro en los aposentos que solía ocupar Mahabali y se deslizo sigilosamente, como un tigre, por las habitaciones cubiertas de hierbajos. Luego penetro en la alcoba de su maestro y miro a su alrededor, evocando el pasado. De pronto vio la aceitera en el repecho de la ventana, vacía y cubierta de telarañas.
-Que normas engrasaran ahora el mecanismo del universo, maestro?-pregunto Siddharta suavemente.
Suddhodana sintió que su hijo y heredero estaba pensando en la vida religiosa. Según una fuente, el Rey arregló el matrimonio de Siddharta con la hermosa Yasodhara para impedir que aquel abandonara el hogar. La pareja tuvo un hijo, Rahula, quien luego se convertiría en uno de los diez discípulos principales de Siddharta y llegaría a ser el “primero en la práctica no conspicua”. Una forma de practicar en la cual las buenas acciones se realizan en secreto, sin que los demás se den cuenta.
La mayoría de quienes rodeaban a Siddharta creyeron que al casarse y tener un hijo se asentaria. Pero el tormento espiritual del joven príncipe continuó. En verdad, cuanto más pensaba en la responsabilidad de asumir el trono, mas se intensificaba su sufrimiento. Razono: “las personas pelean y se matan, tratan de dominar con las armas. Pero incluso el poder militar más temible esta condenado a ser destruido algún día por el mismo medio que utilizo para conquistar a otros. Ninguno de nosotros puede escapar de los sufrimientos de la condición humana: la vejez, la enfermedad y la muerte. Seguramente, lo más importante es buscar el modo de liberarnos de ellos.” En vez de vivir en un mundo regido por la pericia militar, busco el verdadero sendero del humanismo. Así pues, decidió renunciar al esplendor palaciego e iniciar la búsqueda del reino eterno del espíritu.
Cuando Siddharta comunico esto a su padre, el Rey sintió una gran pesadumbre. “Ha ocurrido lo que he temido durante tanto tiempo. Es mi único heredero. ¿Acaso no le he dado siempre lo mejor? ¿Por qué no puede estar satisfecho?” Suddhodana estaba confundido, pero también estaba enojado. Temblaba de indignación. De inmediato, tomo medidas para impedir que su hijo se alejara del hogar. Le brindo comodidades y lujos aun mayores y ordeno a los criados que le prodigaran atenciones y entretenimientos. Pero Siddharta permaneció firme. Finalmente, el Rey le prohibió poner un pie fuera del palacio.
Pero nada pudo apagar la llama del espíritu de búsqueda. Cierta Noche, mientras cabalgaba en su amado corcel en compañía de un fiel asistente, Siddharta burlo la estrecha vigilancia y abandono la ciudad de Kapilavastu
Las fuentes difieren acerca de la edad que tenia en ese entonces; algunas dicen diecinueve, otras veintinueve. Algunos relatan los hechos de forma distinta. Pero haya ocurrido de una u otra forma, el dejo el hogar paterno.
La noche había caído sobre ellos.
Había llegado el momento de iniciar el ritual, por respeto al brahmán.
El rey Suddhodana estaba de pie ante la pira funeraria, formada por un montón de ramas secas, levantada con ayuda de unos pocos soldados magadhanos en el centro del patio del palacio. Sobre ella yacía el cuerpo de Yasodhara, con los ojos cerrados, su pálido rostro sereno y luminoso. Ananda y Chandaka se hallaban junto a las antorchas que estaban clavadas en el suelo, alrededor de la pira. Las nubes ocultaban la luna y las estrellas. Siddharta estaba junto a su padre, pálido e inmóvil.
Asvapati tomo una antorcha y prendió fuego a la pira, mientras pronunciaba las palabras brahmánicas destinadas a facilitar el transito del alma, los ritos en honor de los seres queridos. Las ramas empezaron a arder de inmediato y devoraron el cadáver de Yasodhara.
El rey recordaba el momento en que había visto a su esposa la madre de Siddharta, yaciendo sobre la pira funeraria, y el dolor que había experimentado al ver el cuerpo de su amada, que el había abrazado y acariciado, desintegrarse entre las llamas. El cuerpo es solo un caparazón, el contenido se conserva eternamente; pero es terrible contemplar como arde el cuerpo de un ser querido. Suddhodana comprendía lo que sentía su hijo en aquellos momentos, pues el también había amado a su esposa profundamente.
Las llamas rojas, naranjas, amarillas, devoraban avidamente el dhoti rojo, las ramas secas, la carne… El fuego desprendía unas columnas de humo negro, denso y acre. El hedor era nauseabundo. Los asistentes presenciaban estremecidos el macabro espectáculo, percibiendo el espantoso sonido de las ramas al quebrarse y de la materia al estallar.
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