El general, el jefe del departamento de información y Siddharta pasaron la noche en vela, trazando los planes de la campaña. Las sugerencias de Siddharta eran favorablemente acogidas por sus compañeros, quienes admiraban su sentido de la estrategia, fruto de su conocimiento de la mente humana y de sus reacciones.
Un mensajero les trajo la noticia de que Virudaja había reunido a sus tropas, junto con las de los reinos vecinos, por segunda vez, formando un ejército mayor que el anterior para enfrentarse a as fuerzas de Magadha y salir victorioso.
La noche cayó sobre el campamento. Los tres hombres estaban sentados en unos cojines alrededor de una mesa sobre la que había varias bandejas de comida dispuestas, pero apenas probaron bocado. El soma corría en abundancia. Mientras decidían si debían aguardar a que aparecieran los josalas o era preferible atacarlos en su propio elemento, Ananda entro apresuradamente en la tienda.
-Debes venir inmediatamente, Siddharta.-dijo.-Yasodhara esta a punto de dar a luz.-
El parto había agotado las escasas fuerzas que le quedaban a Yasodhara, quien yacía en el lecho empapada en sudor. Las viejas la atendían solícitamente, sin apartar la vista de su demacrado rostro. Las velas iluminaban las profundas líneas que el dolor había grabado en su rostro. De pronto lanzo un grito de dolor al sentir de nuevo un espasmo que le atravesaba el vientre. Luego sintió como si algo estallara en su interior y noto un líquido caliente que se deslizaba entre sus piernas, empapando las ropas de la cama. Temblando de miedo y fatiga, la joven respiro hondo, tratando de recuperar el aliento.
-Empuja! Empuja!-le ordeno una de las viejas.
Yasodhara empujo con todas sus fuerzas, una y otra vez, hasta que al fin una de las curanderas anuncio con tono triunfal:
-Es un niño.-
Tras limpiar al recién nacido con un paño húmedo, lo deposito en los brazos de su madre.
Yasodhara trato de incorporarse unos instantes para mirar a su hijo con ternura, pero cayo de nuevo sobre los cojines, agotada por el esfuerzo.
Al llegar al palacio, el príncipe corrió junto a su esposa. Al verla yaciendo inmóvil, inerme, Siddharta se arrodillo a su lado, tembloroso. Una de las viejas se acerco para mostrarle a su hijo.
-Es un niño.-murmuro Yasodhara, tratando de sonreír.-Se convertirá en un gran hombre, como su padre.-
Siddharta, sosteniendo su frágil mano entre las suyas, apenas yo lo que le decía.
-Te quiero, te necesito. No me abandones… -le suplico Siddharta, tratando de dominarse.
Jamás te abandonare, mi amor, le respondió Yasodhara con los ojos, soy tuya para siempre.
-Al igual que mi sombra, serás mío en todas partes…-murmuro Yasodhara suavemente.
-Para amarte en la alegría y en el dolor…-incapaz de seguir conteniendo su emoción, Siddharta rompió a llorar.
-…para que me consueles en la hora de la muerte.-Yasodhara pronuncio sus ultimas palabras con dificultad, sus febriles ojos fijos en Siddharta. Al cabo de unos instantes, su espíritu abandono este mundo para internarse en las nebulosas regiones de la siguiente vida. Su cuerpo, que antes emanaba calor y se movía en armonía con la vida, yacía inmóvil y blanco como el mármol.
Siddharta cerro los ojos, esforzándose en rechazar lo inaceptable, abrumado por su repentina soledad, la perdida de su amor, su ser, su felicidad, su humanidad…
Sintió deseos de morir, de caer en un pozo sin fondo que se abría para recibirlo, en un vacío informe, sintiendo únicamente la presencia de su insoportable dolor.
El tiempo se deslizaba a través del vacío sin solución de continuidad; nada podía romper la estática inmovilidad del dolor.
Por respeto al dolor del príncipe, las mujeres aguardaron en un rincón de la habitación. Las velas se fueron consumiendo, pero Siddharta permanecía inmóvil. Finalmente las curanderas decidieron retirarse, pero antes lavaron y vistieron el cadáver de Yasodhara para prepararlo para el funeral. Siddharta las observo, inmóvil como una estatua. Vistieron a Yasodhara con un dhoti rojo, su color favorito, que contrastaba con la palidez de su rostro. Le cruzaron los brazos sobre el pecho y le colocaron un hermoso collar alrededor del cuello. Incluso muerta, su rostro expresaba vida, ternura. Alrededor del cuerpo depositaron unas flores silvestres carmesíes.
La vida no respeta el dolor. Junto a la puerta de la cámara mortuoria, Ananda aguardaba con paciencia mientras su querido amigo lloraba la muerte de su esposa. Al cabo de un rato, entro sigilosamente y apoyo una mano en el hombro de Siddharta.
-Siddharta, tu ejército esta dispuesto...-
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