Ananda trataba de seguirlo, de comprender el significado de las palabras de Siddharta.
-Estarías incluso dispuesto a perdonarle la vida a un josala?-pregunto, mirándolo con desconfianza.
Siddharta no respondió. Estaba absorto, con la mirada perdida en el infinito. Al cabo de un rato, como si despertara de un trance, se volvió hacia sus amigos y dijo:-Vamos, debemos regresar.-
Las fuerzas magadhanas encabezadas por Sidhartta y sus dos amigos, llegaron a Kapilavastu. La ciudad estaba vacía, desierta. Por doquier yacían restos humanos. En las calles reinaba un silencio sepulcral, interrumpido de vez en cuando por los gritos de los buitres posados en los tejados. La atmósfera estaba impregnada de un fétido olor a sangre.
Ananda caminaba detrás de sus amigos.
Las tropas llegaron a las puertas del palacio sin topar con la menor resistencia. Cuando penetraron en el, los pocos josalas que había dejado Virudaja para custodiar a los prisioneros depusieron las armas, implorando que les perdonara la vida.
Sus pasos resonaban sobre los suelos de mármol del palacio, por cuyos pasillos vibraban antaño las risas de sus ocupantes. Las fuerzas enemigas lo habían arrasado todo a su paso: cojines, tapices, jarrones… Sidhartta se detuvo y ordeno a sus hombres que aguardaran, excepto Ananda y Chandaka.
Los tres amigos se dirigieron hacia la sala sacrificial, donde seguramente encontrarían a los prisioneros rezando.
Asvapati, ataviado con un impecable Dhoti blanco, con el cabello recogido en un moño, estaba arrodillado ante el hogar, orando. Sobre el altar, Agni, señor del fuego del sacrificio, aparecía sentado sobre un carnero de aspecto feroz. Incluso los dioses estaban predestinados. Asvapati abrió el Shraddha y saco unas hojas de Kusa, la hierba sagrada, que deposito ante el altar. Luego, sosteniendo unas tortas de arroz, dijo en voz alta:
-Invoco la presencia de las almas de quienes pertenecen a esta familia y han muerto en medio de terribles sufrimientos. Ofrezco estos dones a los espíritus que están condenados a padecer el tormento de la más indigna de las reencarnaciones, los dolores de Kumbhipaka. Acepta, ¡Oh, Agni!, este sacrificio nuestro, no nos castigues...-
Al reparar en la presencia de Siddharta y sus dos amigos, Asvapati se interrumpió. La satisfacción de ver de nuevo al príncipe quedaba mitigada por el dolor que sentía ante la bárbara destrucción de Sakya.
-Me alegro de volver a verte.-balbuceo el sacerdote.
-Donde esta mi padre?-pregunto Siddharta, temblando de emoción.
-Cayo herido en la batalla contra Virudaja, pero ya se ha restablecido. Esta deseando verte.-
-Y Yasodhara?-
El brahmán miro a Siddharta con tristeza y dijo:
-Aguarda unos instantes.-
Yasodhara estaba tendida sobre una tabla en el suelo, rodeada de curanderas. Una de ellas le daba unos sorbos de un potente brebaje que ardía en el hogar, mientras otra le limpiaba el sudor y le aplicaba paños empapados de agua fría sobre la frente. La habitación estaba iluminada por unas velas colocadas sobre unos altos candelabros de hierro forjado y por el resplandor de la luna que se filtraba por las ventanas.
Siddharta entro sigilosamente para no asustar a su esposa. Al verla allí en el suelo, jadeando y empapada en sudor, se arrodillo junto a ella y le acaricio la mano.
Yasodhara abrió los ojos y dijo:
-Has cumplido tu promesa. El niño todavía no ha soltado su primer llanto…-
Siddharta asintió y le beso las manos.
-Te he echado de menos.-dijo Yasodhara, llorando por la emoción de tener de nuevo a su esposo junto a ella.-Temía que el océano… -Su voz era tan débil que Siddharta se inclino sobre ella para oír lo que decía.-Yo era como un águila sin alas, pero has vuelto y me siento mejor…. Te necesito.-
Yasodhara sonrió, pero Siddharta se dio cuenta de que el parto presentaba complicaciones.
-¡Amor mío!-exclamo, aterrado.
Yasodhara lo miro, implorándole con la mirada que la abrazara, y el obedeció.
De pronto, un espasmo sacudió el cuerpo de la joven. Las curanderas le obligaron a beber otro sorbo del brebaje, mientras Yasodhara trataba de reprimir un grito de dolor. Por primera vez en su vida, Siddharta se sentía débil e impotente.
Respirando profundamente, Yasodhara sujeto con fuerza la mano de su marido, esperando a que se calmaran los dolores que le atravesaban el vientre. Luego lo miro sonriendo y dijo con ternura:
-El niño sabe que estas aquí, esta impaciente por conocerte. Le he hablado tanto de ti…-
Agotada por el esfuerzo, Yasodhara cerró los ojos durante unos instantes. Al poco rato sintió otra contracción que le hizo lanzar un alarido de dolor. Una de las viejas se acerco y rogó a Siddharta que se retirara. Siddharta se levanto indeciso, sin saber que hacer, aterrado ante la idea de perder a su amada esposa.
Tras unos instantes de vacilación, salio apresuradamente de la estancia, mientras las lagrimas rodaban por sus mejillas.
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