Siddharta y sus amigos contemplaron el macabro espectáculo sintiendo un dolor tan intenso que les impedía reaccionar.
Vieron a unas mujeres que sostenían en brazos a sus hijos, recorriendo el campo de batalla en busca de sus padres, hermanos y maridos, confiando en hallarlos con vida y gritando de desesperación cuando tropezaban con sus cadáveres. Los gemidos de los niños rompían de vez en cuando el espantoso silencio mortal. Los acompañaba Yama, el siniestro dios de la muerte, ávido de sangre.
Al cabo de un rato, los tres hombres descendieron la colina.
De pronto vieron a un soldado josala que, creyendo estar a salvo, había salido de su escondite. Antes de que Siddharta reaccionara, Ananda disparo una flecha que atravesó el vientre del soldado.
Extrañado ante la conducta de Siddharta, Ananda lo miro con aire de reproche. Luego espoleo a su caballo y subió de nuevo la colina.
Siddharta desmonto y se acerco al soldado, que yacía agonizante. Se arrodillo junto al moribundo y le tomo la mano. El soldado presintió la presencia de Siddharta y se volvió, implorándole en silencio que se apiadara de el, que pusiera fin a sus sufrimientos.
Cuando el alma del soldado abandono su cuerpo, Siddharta comprendió de pronto el dolor, el sufrimiento, la vulnerabilidad del ser humano. La realidad de la muerte se le impuso en toda su crudeza. Oyó los gritos de los niños, que pronto irían a reunirse con los muertos, y de sus madres, divididas por el deseo de acompañar a sus seres queridos y su obligación de cuidar de sus hijos, exigiendo amor, misericordia, compasión. Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Siddharta mientras pensaba en todos los seres desgraciados que padecían en el mundo…
Al cabo de unos minutos, se incorporo y se dirigió hacia Chandaka, quien permanecía inmóvil, contemplando atónito el espectáculo que se ofrecía ante sus ojos. Los dos hombres montaron de nuevo y subieron la colina para reunirse con Ananda.
-Estamos equivocados… Es preciso que aprendamos a compadecernos de nuestros semejantes si queremos salvarnos.-murmuro Siddharta.
Sus palabras apenas podían expresar lo que sentia en aquellos momentos. El ser humano es muy voluble. Empezaba a comprender que todas las sensaciones extremas, de odio, de ira, pasión, era peligrosas, pues conducían inevitablemente a la destrucción. Existía un camino intermedio, l de la compasión, un sentimiento que todos podían manifestar, sentir y aplicar. El amor no se puede forzar, pero es fácil llegar a sentir compasión por el prójimo.
Vieron a unas mujeres que sostenían en brazos a sus hijos, recorriendo el campo de batalla en busca de sus padres, hermanos y maridos, confiando en hallarlos con vida y gritando de desesperación cuando tropezaban con sus cadáveres. Los gemidos de los niños rompían de vez en cuando el espantoso silencio mortal. Los acompañaba Yama, el siniestro dios de la muerte, ávido de sangre.
Al cabo de un rato, los tres hombres descendieron la colina.
De pronto vieron a un soldado josala que, creyendo estar a salvo, había salido de su escondite. Antes de que Siddharta reaccionara, Ananda disparo una flecha que atravesó el vientre del soldado.
Extrañado ante la conducta de Siddharta, Ananda lo miro con aire de reproche. Luego espoleo a su caballo y subió de nuevo la colina.
Siddharta desmonto y se acerco al soldado, que yacía agonizante. Se arrodillo junto al moribundo y le tomo la mano. El soldado presintió la presencia de Siddharta y se volvió, implorándole en silencio que se apiadara de el, que pusiera fin a sus sufrimientos.
Cuando el alma del soldado abandono su cuerpo, Siddharta comprendió de pronto el dolor, el sufrimiento, la vulnerabilidad del ser humano. La realidad de la muerte se le impuso en toda su crudeza. Oyó los gritos de los niños, que pronto irían a reunirse con los muertos, y de sus madres, divididas por el deseo de acompañar a sus seres queridos y su obligación de cuidar de sus hijos, exigiendo amor, misericordia, compasión. Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Siddharta mientras pensaba en todos los seres desgraciados que padecían en el mundo…
Al cabo de unos minutos, se incorporo y se dirigió hacia Chandaka, quien permanecía inmóvil, contemplando atónito el espectáculo que se ofrecía ante sus ojos. Los dos hombres montaron de nuevo y subieron la colina para reunirse con Ananda.
-Estamos equivocados… Es preciso que aprendamos a compadecernos de nuestros semejantes si queremos salvarnos.-murmuro Siddharta.
Sus palabras apenas podían expresar lo que sentia en aquellos momentos. El ser humano es muy voluble. Empezaba a comprender que todas las sensaciones extremas, de odio, de ira, pasión, era peligrosas, pues conducían inevitablemente a la destrucción. Existía un camino intermedio, l de la compasión, un sentimiento que todos podían manifestar, sentir y aplicar. El amor no se puede forzar, pero es fácil llegar a sentir compasión por el prójimo.
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