El monarca se volvió hacia el chambelán y le murmuro unas palabras al oído, mientras los cortesanos aprovechaban la pausa para intercambiar opiniones acerca de la audiencia real. Al cabo de unos minutos, Bimbisara se dirigió de nuevo al príncipe.
-El sacerdote me había hablado tan bien de ti, que ya tenía ganas de conocerte.-dijo.-Debo reconocer que eres un hombre extraordinario, Siddharta.-
Todos los presentes guardaron silencio. Nadie había oído jamás al rey elogiar de tal manera a una persona.
De pronto se oyó un tumulto en la entrada y apareció Chandaka, quien se abrió paso por entre los asombrados cortesanos y se dirigió hacia el trono. Al observar su expresión, Siddharta y Ananda palidecieron, pero antes de que pudieran abrir la boca, el rey se apresuro a decir:-Según parece, los josalas son tan impacientes como codiciosos.-
-Los josalas, apoyados por las tropas de sus vecinos, han atacado nuestro reino.-Anuncio, dirigiéndose a Siddharta.
-Yasodhara! Mi padre! Mi pueblo!-exclamo Siddharta angustiado.
-No te inquietes, cuando los vi por ultima vez estaban vivos. Pero la batalla no había comenzado y tu padre me ordeno que te avisara inmediatamente…-
El tono de su voz confirmo las sospechas de Siddharta, quien apenas fue capaz de reaccionar. Pero Bimbisara, acostumbrado a situaciones de emergencia, tomo las riendas de la situación.
-Acércate general!-ordeno Bimbisara con voz autoritaria.
El general del ejército de Magadha se dirigió apresuradamente hacia el trono. Una larga espada, con empuñadura de esmeraldas, le colgaba del cinto.
-Ordena a la primera legión de nuestro ejército que acompañe al príncipe Siddharta de regreso a Sakya, bajo su mando.-
Gracias a los conocimientos topográficos del general de Magadha, las fuerzas avanzaban rápidamente a través de la selva, las llanuras y los valles.
Al llegar a una meseta que se erguía sobre Sakya, las tropas decidieron acampar. El cielo estaba nublado. Siddharta, Ananda y Chandaka anhelaban llegar a Sakya. Sus espías los habían informado de las atrocidades perpetradas por los josalas. Si, Virudaja sabia que Siddharta había emprendido el regreso acompañado por las fuerzas magadhanas; Yasodhara y Suddhodana seguían con vida, pero nadie conocía su paradero. Pese al cansancio, Siddharta y sus dos amigos decidieron dirigirse a una colina cercana a Sakya para comprobar personalmente lo sucedido.
Al llegar a la cima de la colina, los tres hombres se detuvieron horrorizados. Ante sus ojos se extendía lo que quedaba de Sakya, quemada, saqueada, devastada.
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