viernes, junio 29, 2007

45-Rudraka.

Tambaleante, se acerco a la orilla para bañarse. El fresco caudal despejo su mente obnubilada por la extrema debilidad. Lavo la inmundicia acumulada durante el prolongado sacrificio. Era su nueva partida. Estaba tan agotado, que salir del río le demando un esfuerzo enorme. Mientras estaba sentado arreglándose el cabello, una joven llamada Sujata, que venia de un pueblo cercano, se aproximo para ofrecerle un cuenco de arroz. Después del largo ayuno, Siddharta acepto de buena gana. Todo su cuerpo revivió. Descanso un poco y, recobrada en parte la energía, marchó en busca de un nuevo camino que lo condujera a la iluminación.
Siddartha, cuya túnica roja se había desteñido debido a los efectos del solo, dejo a Alara y comenzó a descender la montaña. En la mano sostenía el regalo que su maestro le había hecho: un cuenco de madera que utilizaban todos los ascetas para pedir limosna y satisfacer el deseo de quien deseaba ganarse un mejor karma dando comida a un asceta.
Tras un peligroso descenso por la montaña, luchando contra la atracción del abismo que se abría a sus pies, Siddartha prosiguió su camino a través de valles y llanuras, cuya hierba servia de bálsamo a sus doloridos pies.
Recorrió muchos kilómetros, buscando a través de numerosas aldeas, razas y creencias. En todas partes se detenía para hacer preguntas, que se quedaban sin respuesta.
Las preguntas lo condujeron a unos jardines donde encontró cinco yoguis, quienes reconocieron de inmediato su superioridad. Siddartha se sentó junto a ellos y se dispuso a buscar el Nirvana, el estado que trasciende el sufrimiento mediante la meditación. Los yoguis lo imitaron, meditando y ayunando.
El tiempo transcurrió lentamente, mientras el cuerpo de Siddartha se fue consumiendo hasta convertirse en un saco de huesos. La tierra giro alrededor del sol una y otra vez, pero pese a sus esfuerzos, Siddartha no lograba hallar las respuestas que buscaba. Al fin, desnutrido y muy debilitado, comprendió que ese no era el camino correcto. Como era posible que costara tantos esfuerzos y sacrificios encontrar la respuesta a una pregunta tan sencilla?
Siddartha abrió los ojos y contemplo la belleza de los verdes prados y los árboles Tala, cuyas abundantes hojas caían hasta el suelo. Contemplo el cielo, percibiendo el calor del sol y el canto de los pájaros. Al fin, cediendo ante las fuerzas de la naturaleza, comió un cuenco de arroz que le había dejado Sujeta, una joven aldeana que pasaba junto a el todos los días de camino al arroyo y que lo miraba embelesada.
Los yoguis, horrorizados al comprobar que había sucumbido a la tentación, rechazaron su presencia, negaron su superioridad, y siguieron ayunando.
Siddartha siguió caminando a través de unas marismas infestadas de insectos y enfermedades, campos, ciudades y países, los cuales padecían de los mismos males.
Al final, débil y fatigado, llego a un lugar donde la rojiza tierra y el polvo relucían como un espejismo. Un montón de rocas ocultaban la gruta donde decían que vivía Rudraka el yogui. Confiando en adquirir de el lo que los demás no habían podido proporcionarle, Siddartha retiro las rocas que ocluían la entrada y penetro en la oscura gruta.
Tras avanzar por un túnel que conducía a las mismas entrañas de la tierra, Siddartha llego a una magnifica gruta repleta de estalactitas e iluminada por millares de luciérnagas. A sus pies se extendía un lago subterráneo en cuyas placidas aguas se reflejaban todas las tonalidades de ocres de la tierra.
Sentado junto al lago, con las piernas cruzadas, había un anciano de porte majestuoso, con sus negros cabellos sujetos en una cola de caballo. Sus rasgados ojos, bajo unas cejas inexistentes, contemplaban unos misterios inaccesibles para el resto de los mortales. Su indumentaria consistía únicamente en un taparrabos de algodón marrón. Todo su ser exhalaba un aire mágico, como si fuera capaz de transformarse súbitamente en un dragón.
Al ver a Siddartha, Rudraka se levanto y se inclino ante el, con las manos unidas en actitud de oración.
-Hace tiempo que espero al iluminado.-dijo.
-Me envía Alara. He meditado y he ayunado.-dijo el joven príncipe con una sonrisa.-He renunciado a los placeres de la carne, he aprendido a dominar los deseos de mi cuerpo. Antes de iniciar mi búsqueda, había trascendido mi cuerpo, mi mente, mi conciencia, pero no conseguí fundirme con el océano, aunque se que puedo hacerlo.
Rudraka observo a Siddartha. Ante sus ojos estaba un joven que irradiaba una luz interior que empezaba a resplandecer. El asceta se acaricio la barbilla con aire pensativo.
-Existe cierto riesgo. El océano se extiende más allá de la nada. No tiene espacio, ni tiempo, ni ningún punto de referencia; todo se vuelve relativo.-
-Forma ya parte de mi ser.-respondió Siddartha.-Debo completar mi karma.-
Rudraka le indico que se colocara junto a el y, de pronto, como por arte de magia, apareció en la oscuridad un reflejo del joven príncipe. Fascinado, este contemplo su imagen reflejada.
-Primera profanación: la enfermedad.-dijo Rudraka con tono espectral.
De inmediato, el reflejo de Siddartha se transformo en una imagen de monstruosas enfermedades; su cuerpo perfecto apareció cubierto de llagas, heridas y cicatrices. Aunque horrorizado ante semejante espectáculo, Siddartha rechazo la pavorosa impresión que aquella imagen producía en su mente.
Al observar la reacción de Siddartha, Rudraka sonrió satisfecho.
-Segunda profanación: la vejez.-prosiguió el asceta.
La imagen de Siddartha cambio de nuevo y empezó a envejecer. A medida que el tiempo se apoderaba inexorablemente de su cuerpo, su rostro fue perdiendo el saludable colorido de la juventud y se volvió grisáceo; la piel empezó a marchitarse y arrugarse. Siddartha contemplo su futuro sin parpadear, sabiendo que se trataba de una visión temporal. Siguió observando la imagen, rechazándola y luchando con todas sus fuerzas contra las emociones que suscitaba en el.
Rudraka estaba satisfecho.
-Tercera profanación: la muerte.-concluyo el asceta.
Rápidamente, la imagen empezó a morir. Siddartha presencio la decadencia y muerte de su cuerpo sin alterarse, mientras sus rasgos adquirían un tono verdoso y el frío penetraba en sus miembros, haciendo que la sangre dejara de fluir por las venas y deteniendo los latidos de su corazón.
Siddartha sintió la rigidez de la muerte, el espasmo del corazón antes de que el alma abandonara el cuerpo, las tinieblas y la luz, la putrefacción de la carne. Recordó los ojos de un soldado agonizante despidiéndose de el, pero trato de dominar sus emociones hasta que, de repente, la imagen se convirtió en el cuerpo abrasado de Yashodara. En aquel momento sintió un intenso dolor, aunque se esforzó en no dejarse arrastrar por el. A pesar de que procuro ocultar sus emociones, el yogui advirtió el cambio que se había operado en el.
-El problema es el cuerpo.-declaro el anciano.
Las noches se prolongaron en una infinita oscuridad. Rudraka enseño a Siddartha el yoga que le había ayudado a adquirir sus conocimientos, el yoga que controlaba el mundo interior. Siddartha era un alumno dedicado, resuelto a asimilar y transformar las enseñanzas de su maestro en un len guaje que pudiera comprender y comparar su valor con el de la meta que se había propuesto alcanzar.

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