Rudraka Bramaputra, este vivía cerca de la ciudad de Rajagriha, en Magadha, y era mentor de setecientos discípulos. Siddartha alcanzo muy pronto el nivel "donde no existe el pensamiento ni el no pensamiento." Pero advirtió que esto tampoco lo conduciría al tipo de iluminación que buscaba, y también dijo adiós a este maestro.
El alumno estaba sentado con las piernas cruzadas, inmerso en una profunda meditación, mientras Rudraka permanecía detrás de el, sosteniendo las manos sobre la cabeza de Siddartha, con las palmas hacia abajo. La voz del yogui se mezclaba con el sonido de las placidas aguas del lago subterráneo.
-Los elementos del cuerpo son los siguientes: la tierra, el fuego, el aire, el agua y el éter, la conciencia del hombre. Deseas traspasar ese umbral?-pregunto el yogui.
-Si.-respondió Siddartha, con los ojos cerrados.
-Entonces, mira a través de mis ojos.-le indico Rudraka.-Penetra en la transparente luz donde la tierra se une al fuego.
Siddartha llevaba practicando varias semanas el proceso de relajación que le había enseñado Rudraka, un proceso que conducía a la suspensión de todo movimiento.
-Penetra en la transparente luz donde el fuego se une al aire…-prosiguió Rudraka, tan concentrado como su discípulo.
Esta última orden hizo que se detuviera el sistema respiratorio de Siddartha. El aire que circundaba su cuerpo permanecía inmóvil.
-Penetra en la transparente luz donde el agua se une al éter de la conciencia…-
Rudraka acompaño a Siddartha en su viaje a las insondables profundidades, mientras el joven enviaba unas órdenes mentales a su cuerpo. Unas órdenes que obligaban a su sistema circulatorio a ir reduciendo toda su actividad hasta detenerse por completo.
Todo estaba inmóvil y en silencio.
-Has traspasado el umbral?-inquirió el yogui.
-Si.-respondió Siddartha. Su voz reverbero entre los muros de la cueva.
-Entonces, continúa. Penetra en la transparente luz…
Siddartha se sumergió en la transparente luz, en medio de la cual apareció el inmenso y poderoso océano. Siddartha avanzo hacia las gigantescas olas. De pronto, cuando el mar le alcanzaba las rodillas, desapareció, dejando a Siddartha tendido en el suelo, sudoroso y jadeando.
-Solo puedo guiarte hasta el punto en que tu mismo controles plenamente tu mente y tu cuerpo,-dijo el yogui.-hasta el momento en que consigas que el alma se separe del cuerpo. Más allá… Serás el primero que lo consiga, y debes ir solo.-
Siddartha miro a Rudraka, el maestro que lo había guiado en su viaje. Los dos sabían que el yogui había alcanzado sus límites y que a partir de allí Siddartha debía continuar solo. Aun no había obtenido las respuestas que buscaba, pero la magia de los nuevos conocimientos lo guiaría como una antorcha.
Siddartha recogió el cuenco y se dirigió hacia el túnel que conducía al mundo exterior. Rudraka lo observo, satisfecho de haber participado en el proceso que finalmente conduciría a Siddartha a la iluminación que buscaba.
Cuando alcanzo la boca del túnel, Siddartha se volvió para dar las gracias a Rudraka por todas sus enseñanzas. Rudraka se inclino con las palmas unidas en la frente en un gesto de respeto y admiración por el futuro del joven.
Al salir de la gruta, Siddartha miro a su alrededor, satisfecho de encontrarse de nuevo en la superficie de la tierra. Los colores naturales del mundo refulgían bajo el sol. Solo, sosteniendo el cuenco entre las manos, echo a caminar hacia el horizonte. Anduvo a lo largo de muchos kilómetros, a través de un territorio seco y desértico donde los lagartos corrían sobre las abrasadoras arenas. Su cuerpo domino la privación de comida y agua, el clima ya no le afectaba, se mostraba indiferente al calor y al hielo. Avanzaba automáticamente, mientras sus sentimientos y pensamientos convergían en pos de la verdad, la justicia, la bondad, rechazando determinados conceptos…
De acuerdo con la leyenda, se baño en el río Nairanjana para quitarse la tierra y la suciedad del cuerpo, aunque se encontraba tan débil que apenas logro trepar el terraplén de la orilla cuando termino sus abluciones. La costumbre de bañarse en el río para obtener purificación física y espiritual es característica del pueblo indio y hasta el día de hoy cuenta con muchos cultores. Aunque las aguas de este río sean turbias y sucias, los indios creen que, al sumergir el cuerpo en ellas, se liberan del ciclo de transmigración.
El tiempo transcurría lentamente, el paisaje se modificaba. Siddartha prosiguió su camino. Los árboles le ofrecían mangos y demás frutas exóticas.
Al cabo de un rato, Siddartha llego a un hermoso parque a través del cual fluía un arroyo. El joven príncipe se arrodillo junto al arroyo y se lavo la cara. La frescura del agua lo reanimo. Luego levanto la cabeza para contemplar el mundo que se extendía ante sus ojos.
En medio del parque se alzaba una gigantesca higuera, sólida como el cielo y firme como la tierra, cuyas ramas proporcionaban sombra. De la base del árbol brotaban unas gruesas y retorcidas raíces.
Cautivado por su poder y belleza, Siddartha atravesó el arroyo y se dirigió hacia la higuera. Cuando la hubo alcanzado, un sentimiento de certeza se apodero de el.
Las hojas del árbol y la lujuriante naturaleza que lo rodeaba murmuraban a través de la brisa: “este es el lugar donde debes buscar la iluminación…”
Siddartha se sentó a los pies del árbol, con las piernas cruzadas, en la posición del loto.
Según se sabe, era común que los ascetas indios, en aquellos tiempos, se sentaran a meditar bajo los árboles. Las escrituras budistas y otros textos describen a menudo la presencia de anacoretas, sentados a la sombra de los árboles, practicando la contemplación con la esperanza de comprender la naturaleza de su o interior o la realidad suprema. La higuera pipal, con sus anchas raíces y su follaje frondoso, era vista como un árbol sagrado desde tiempos muy remotos, y considerada un lugar propicio para la contemplación de la inmortalidad. No ha de sorprender, entonces, que Siddartha haya escogido un árbol así para sentarse a meditar, en el último tramo de su periplo hacia la iluminación.
Creía que comprender las causas era precisamente pensar, y que solo a través de la razón, los sentimientos pueden convertirse en comprensión, es decir, que no se pierden, sino que se transforman en realidad y empiezan a madurarse.
Siddartha reflexiono mientras caminaba lentamente. Se dio cuenta de que ya no era un joven, sino que se había convertido en hombre. Sentía que algo le había abandonado, como la vieja piel desampara a la serpiente; comprendió que algo ya no existía en el, algo que siempre le había acompañado y que había sido parte de su ser durante toda su juventud: el deseo de tener profesores y de recibir enseñanzas.
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