viernes, junio 29, 2007

44-Austeridades.

Siddharta tenía un fin, una meta única: deseaba quedarse vacío, sin sed, sin deseos, sin sueños, sin alegría ni penas. Deseaba morirse para alejarse de sí mismo, para no ser él, para encontrar la tranquilidad en el corazón vacío, para permanecer abierto al milagro a través del pensamiento puro; ese era su objetivo. Cuando su yo se encontrase vencido y muerto, cuando se callasen todos los vicios y todos los impulsos de su corazón, entonces tendría que despertar lo ultimo, lo mas intimo del ser, lo que ya no es el yo, sino el gran secreto.
Siddharta permanecía en silencio bajo el calor vertical del sol ardiente, lleno de dolor, de sed; y se quedaba así hasta que ya no sentía dolor ni sed. Permanecía en silencio bajo la lluvia. El agua corría desde su cabello hasta sus hombros que sentían el frío, hasta sus caderas y hasta sus piernas heladas; y el penitente continuaba así hasta que los hombros y las piernas ya no sentían frío, hasta que se acallaban. Se mantenía sentado en silencio sobre el zarzal hasta gotear sangre de la piel punzante y ulcerada. Y Siddharta continuaba erguido, inmóvil, hasta que ya no le goteaba la sangre, hasta que nada le punzaba, hasta que nada le quemaba.
Siddharta estaba sentado con rigidez y aprendía a ahorrar el aliento, a vivir con poco aire, a detener la respiración. Aprendía a tranquilizar el latido de su corazón con el aliento, aprendía a disminuir los latidos de su corazón hasta que eran mínimos, casi nulos.
Las prácticas ascéticas marcaron para Siddartha el comienzo de una lucha implacable consigo mismo, una batalla para lograr la iluminación perfecta y penetrante. Sus austeridades incluyeron ayunos prolongados, lechos de espinas, dormir en cementerios sobre los huesos de los cadáveres y comer basura. Muchas veces, al verlo inmóvil, con la respiración apenas perceptible, sus compañeros ascetas llegaron a pensar que había muerto. Los rigores que se imponía eran tan severos que nadie podía igualarlo en la práctica de austeridades.
El cuerpo de Siddartha se vio cruelmente afectado. Las costillas y las venas del pecho sobresalían dolorosamente. La suciedad ennegrecía una piel que la practica ascética había cubierto de llagas y heridas ulceradas El cabello y la barba, excesivamente largos, aparecían desaliñados. Solo los ojos, a pesar de estar inyectados en sangre, brillaban con inusual claridad y lucidez.
Durante varios años, se había dedicado a las austeridades, exigiéndose hasta los límites de lo soportable. Sin embargo, todos esos esfuerzos no habían producido el resultado anhelado. Se planteo este dilema:-“Buscar solo el placer sensual es una manera de vivir ruin y sin sentido, pero, acaso la prosecución de severas austeridades y mortificaciones me ha permitido lograr la verdadera iluminación? Es una practica inferior e inútil, porque solo me provoca dolor y sufrimiento.”-
-La virtud solo le alcanza mediante el sufrimiento.-dijo el asceta.-Al practicar una perfecta austeridad, alcanzaras las mas altas cotas espirituales.
-Pero y la raza humana?-pregunto Siddartha.
-Lamentablemente, la raza humana proseguirá su camino de sufrimiento, vejez y muerte.-contesto Alara.
Siddartha, sin embargo, no podía mostrarse indiferente al nefasto ciclo de nacimientos y muertes que aquejaba a los seres humanos.
-Si suponemos que la mortificación de la carne es un acto piadoso, cabe afirmar que hacer lo contrario, ceder la complacencia de los sentidos, es impío. Sin embargo,-continuo Alara.-el sacrificio se ve recompensado por la gratificación de los sentidos, por el placer, en la siguiente vida.-
-Así pues, la recompensa a la piedad es la impiedad.-observo Siddartha, desconcertado.-No lo comprendo. Si basta con abstenerse para ser santificado, todos los animales serian santos, así como los hombres pertenecientes a las castas inferiores, puesto que no pueden permitirse el lujo de ceder a los sentidos debería ser castigada. Sin embargo, la voluntad de ceder a los sentidos no es tenida en cuenta, de modo que no entiendo por que se premia la voluntad de abstenerse.
Los argumentos de Alara no convencían al joven Siddartha, quien se sentía incompleto. Consideraba que los conocimientos del anciano eran una faceta más de un esplendido diamante, pero ello no se traducía en unas soluciones prácticas. Los pensamientos, las privaciones y las imágenes grandiosas no explicaban, ni eliminaban, las raíces del sufrimiento humano.
No obstante, los días que paso junto al asceta fueron muy provechosos.
El anciano no se sorprendió cuando una mañana Siddartha le comunico su deseo de partir. Siempre había sabido que su función se limitaba a iniciar a Siddartha en la búsqueda, y que sus limitados conocimientos constituían tan solo una pequeña aportación al camino y a los logros del futuro maestro.
Comprendió que el ascetismo extremo no le permitía lograr lo que buscaba, y decidió abandonar ese camino.
Sin embargo, se había dedicado a ello con tanto fervor, que sus compañeros ascetas tenían la seguridad de que estaba a punto de alcanzar la iluminación. Su repentina partida los sorprendió muchísimo.
Pensaron:-Siddartha se ha corrompido.-
El respeto y la estima que habían sentido por el se convirtieron en desilusión y desprecio.
Siddartha abandono el bosque y se dirigió al río Nairanjana. La luz del solo reverberaba en las hojas de los árboles y cubría de pequeños diamantes la superficie del agua.

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