domingo, septiembre 04, 2005

40-La despedida.

-Ahora marchaos.-ordeno Siddharta, mirando por ultima vez a sus dos amigos con una expresión rebosante de amor y gratitud.
Sabiendo que todas las decisiones habían sido tomadas por Siddharta, y quizás por unas poderosas y misteriosas fuerzas, Chandaka se inclino, con las manos unidas en la frente, ante el hombre que era su amigo de la infancia y que, cuando regresara, se habría convertido en un ser totalmente distinto.
Afligido, Chandaka se despidió de Siddharta. Pero al cabo de unos instantes, la tristeza dio paso a la alegría y a la esperanza, al pensar en los motivos que impulsaron a su amigo a partir.
Atrás quedaban el padre, a quien tanto debía, la amada esposa y el hijo. La separación desgarró el alma del joven príncipe; pero, en su interior, ardía una llama aun más poderosa, cuya intensidad eclipso el dolor.
Se dirigió al sur, a través del reino de Koliya, y cruzo el río Anouma. Allí, se quito todas las prendas y ornamentos que podían identificarlo como príncipe y las entrego a su asistente, junto con las riendas de su caballo favorito. Se corto el cabello con el filo de su espada, se volvió hacia su acompañante y le dijo: “Ahora, seguiré solo. Por favor, regresa al palacio y dile a mi padre y a mi esposa fallecida que no volveré a Kapilvastu hasta que haya logrado el objetivo que me propuse al abandonar la vida secular”.
Desde ese momento, viajaría como un mendicante religioso. Al pensar en los rigores que aguardaban al príncipe en su búsqueda solitaria, los ojos del ayudante se llenaron de lágrimas.
Siddharta sonrió bondadoso, pero le ordeno con severidad: “ ¡Ve! Asegúrate de repetir exactamente lo que te he dicho”.
Con el corazón dolorido, pero impotente ante las circunstancias, el asistente regreso a Kapilavastu.
Siddharta decidió ponerse en marcha hacia Rajagriha (Actualmente Rajgir, situada a unos cincuenta kilómetros al noreste de Gaya.) Capital del poderoso reino de Magadha, que estaba a unos seiscientos kilómetros de Kapilavastu y era el centro de una nueva y floreciente cultura.
La india de aquellos días estaba experimentando cambios dramáticos. Los brahmanes (la clase sacerdotal que ocupaba el escalón mas elevado de las cuatro castas) habían tenido, hasta ese momento, el derecho exclusivo para decidir en asuntos religiosos y para oficiar las ceremonias basadas en los textos brahmánicos sagrados: los Vedas. Esto los había investido de enorme autoridad. Sin embargo, la corrupción y la decadencia que minaban sus estructuras comenzaron a debilitar su posición.
A su vez, la expansión territorial había comenzado a concentrar más poder en manos de las dos clases sociales que le seguían en importancia: los Castrillas (la clase de los nobles y los guerreros), que estaban a cargo del gobierno y de los asuntos militares, y los Vaishyas, comerciantes, terratenientes y artesanos que prosperaban merced al comercio. La influencia combinada de ambas representó una amenaza creciente para la autoridad de los brahmanes. Esas clases no solo desafiaron el pensamiento tradicional de que el destino humano estaba determinado por los dioses y los rituales, sino que comenzaron a criticar la propia autoridad religiosa. También dentro del Brahmanismo comenzó a surgir una nueva línea que veía el destino humano como resultado de las acciones buenas o malas de las personas. La inquietante transición de una época a otra siempre va acompañada de un nuevo pensamiento y ve surgir una filosofía inédita. En tiempos de Siddharta, se produjo la aparición de numerosos pensadores liberales que repudiaron la enseñanza tradicional. Para distinguirlos de los brahmanes, se los llamo Shramana, que significa “el que se esfuerza incansablemente en la búsqueda del camino.” Las escrituras budistas hacen referencia a los seis maestros no budistas, que fueron los más prominentes de ese grupo. Makkhali Gozala, Purana Kassapa, Ajita Kessakambala, Pakudha Kaccayana, Sanjaya Velatthiputta y Nigantha Nataputta. El más famoso es Nigantha Nataputta, fundador del Jainismo. Ellos socavaron la exclusiva autoridad de los brahmanes en asuntos religiosos, una facultad que, hasta entonces, nadie había osado cuestionar. Uno de estos maestros reformistas rechazo todos los conceptos de moralidad, y sostuvo que el bien y el mal eran meros artificios creados por el hombre. Otro enseño una forma extrema de fatalismo. Y un tercero expuso una filosofía materialista, al afirmar que los seres humanos, cuando mueren, simplemente regresan a la nada. Estos reformadores fueron radicales en extremo, y sus teorías contenían un fuerte elemento nihilista. Siddharta no estaba de acuerdo con esas filosofías extremistas. Al llegar a Rajagriha, la capital de Magadha, sin duda considero cuidadosamente la elección de un maestro que lo ayudara a buscar la iluminación y le permitiera resolver los sufrimientos humanos fundamentales: la vejez, la enfermedad y la muerte.
En ocasiones, el tiempo transcurría mas lentamente de lo que la mente era capaz de calcular, otras corría más veloz que un guepardo.
Siddharta avanzo sobre la húmeda hierba. Las horas y los días pasaban inexorablemente. Tras dejar atrás las llanuras, penetro en un universo desconocido donde unas rojas colinas se erguían en el horizonte, resplandecientes bajo la luz del sol. Luego atravesó un desértico paisaje lunar, cuyas arenas le abrasaban los pies. Entre las dunas rojas distinguió el cauce de un río, sus aguas se habían secado hacia tiempo, allí crecían unos arbustos.

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