domingo, abril 10, 2005

28-La flecha y los yoguis.

Ananda y el sacerdote de Magadha permanecieron sentados frente a la hoguera, envueltos en unas gruesas pieles, contemplando el cielo en silencio. De pronto apareció Siddharta, deslizándose sigilosamente como un felino. Ananda y el sacerdote lo miraron sobresaltados.
-Lo siento, amigos míos.-se disculpo Siddharta, mientras se sentaba junto a ellos.
-Jamás he conocido a nadie que se mueva tan sigilosamente.-comento Ananda al sacerdote.-Y puede ver en la oscuridad.-
-Es posible?-respondió el estadista-
-Eres sacerdote, deberías conocer todos los secretos del universo.-contesto Siddharta con una sonrisa.
-Preguntas, especulaciones.-dijo el sacerdote gesticulando de forma teatral.-Cuando, como, donde, por que, la vida, la muerte... Nadie conoce todas las respuestas.-
A raíz de los conocimientos en Sakya y Josala, entre el sacerdote y Siddharta se había desarrollado una relación de sincera amistad y respeto mutuo.
-De que sirve perder el tiempo con especulaciones?-pregunto Siddharta, atizando el fuego con la espada.-Si no quieres tropezar, hay que mantener la vista en el suelo.-
-Que quieres decir?-inquirió el sacerdote, mirándolo fijamente.
-Supongamos que eres un guerrero, como Ananda y como yo, y caes herido por una flecha envenenada. Cuándo el medico acudiera a socorrerte, ¿qué le pedirías que hiciera?-
-Que me sacara la flecha.-respondió el sacerdote.
-Inmediatamente?-
-Desde luego.-
Sobre los picos de las montañas despuntaban las primeras luces del alba.
-No querrías averiguar primero quien había disparado la flecha?-insistió Siddharta.-El nombre de tu agresor, si era alto o bajo, de piel clara u oscura, si vivía en una aldea o en la ciudad...-
-Si estuviera malherido, esos detalles carecerían de importancia.-respondió el sacerdote.-Querría que el medico me arrancara la flecha cuanto antes.-
Ananda se echo a reír y Siddharta aguardo unos instantes antes de proseguir.
-Pues ya ves. Eso es lo que necesita toda persona que sufre. No una respuesta fútil, sino alguien que elimine la causa del dolor.-
Mientras hablaba, los rayos del solo se fueron extendiendo sobre las montañas y el valle, caldeando la fría atmósfera. Ananda contemplo maravillado el estallido de luz, mientras escuchaba atentamente la conversación entre Siddharta y el sacerdote.
-Pero si existiera un medico capaz de eliminar el dolor, la gente prescindiría de los sacerdotes.-observo el estadista de Magadha.
-No, solo prescindirían de aquellos que no defienden los intereses del hombre.-replico Siddharta, luego se apresuro a añadir sonriendo.-No debes tomártelo como un ataque personal.-
-Es difícil interpretar tus palabras de otra forma, Siddharta...-
La hoguera se había apagado. El día comenzaba, Ananda fue a despertar a sus compañeros. Después de desayunar, desmontaron las tiendas, cargaron de nuevo los bultos en los carros y reanudaron el viaje.
Al cabo de un rato llegaron a un pequeño claro rodeado de árboles, donde había cinco yoguis sumidos en sus meditaciones. Iban cubiertos con un taparrabos y llevaban sus largos cabellos recogidos en un moño. Cada uno estaba sentado en una postura distinta, y apenas repararon en la presencia de los intrusos. Como la energía que se acumula en el aire antes de que estalle la tormenta, los cinco yoguis reunieron sus fuerzas y, simultáneamente, pronunciaron en voz alta la palabra universal: Ooommm.
La explosión de energía hizo vibrar el aire. Asustado, Jantaka se alzo sobre sus patas traseras y derribo a Siddharta, quien aterrizó a los pies del yogui que estaba sentado en la postura del loto, con las piernas cruzadas, tratando de alcanzar la respuesta a todo. Mientras Siddharta intentaba incorporarse, el yogui abrió los ojos y los dos hombres se miraron fijamente. Ananda, situado detrás del sacerdote de Magadha, observo los ojos del yogui, unos profundos pozos de paz, búsqueda y sabiduría. Era como si el yogui hubiera reconocido en Siddharta a un ser no solo afín a él, sino incluso muy superior. Nunca volvieron a referirse a este prodigioso encuentro, pero Ananda se dio cuenta de que el suceso había afectado profundamente a su amigo de la infancia. Siddharta paso los siguientes días como ausente, sin despegar los labios.

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