viernes, febrero 11, 2005

24-La trampa.

Siddharta dispuso a su caballo, Jantaka, para que controlara la carroza, mientras disparaba una flecha contra el arnés que sujetaba el caballo de Virudaja a la carroza. La flecha voló a través de los aires y alcanzo su objetivo, pero el arnés estaba reforzado con metal y no llego a partirse el. Siddharta tomo de nuevo las riendas y al pasar a toda velocidad junto a Virudaja, este le grito:
-Has perdido facultades!-
-Es posible...-contesto Siddharta con una sonrisa.
Las dos carrozas volvieron a cruzarse como unos tornados. Mientras Siddharta disparaba otra flecha con la punta de cuarzo contra su enemigo, Virudaja abrió la bolsa que llevaba y dejo caer el contenido sobre la correa que sujetaba a los caballos de Siddharta.
Al recordar la muerte de su padre, Suddhodana se levanto de un salto y lanzo un grito, mientras Asvapati y los dos jóvenes presenciaban aterrados la lucha entre Siddharta y Virudaja. Los sakyas gritaron, pero sus palabras quedaron sofocadas por la lluvia torrencial.
De la bolsa de cuero salieron unas pequeñas serpientes venenosas, marrones y negras, que se deslizaron por debajo de la armadura del alazán junto a Jantaka, el amado corcel de Siddharta.
En aquellos momentos se desato una violenta tormenta. Los truenos se mezclaron con los relinchos de los caballos de Siddharta, conscientes de las peligrosas intrusas. El alazán se encabritó y agito las patas delanteras, en un intento de desprenderse de los reptiles, Jantaka permaneció relativamente tranquilo, mientras Siddharta se esforzaba inútilmente en controlar a su pobre alazán. Cegado por el temor, el caballo echo a correr desbocado hacia el borde del puente, arrastrando consigo a Jantaka y a la carroza de Siddharta.
Los sakyas se pusieron en pie, pálidos y aterrados, mientras los josalas sonreían satisfechos. Yasodhara presenciaba sobrecogida el espectáculo. Su húmedo cabello, aplastado sobre la frente, la hacia aparecer aun más bella.
El rumor de la lluvia amortiguaba los sonidos de la batalla.
Siddharta tiro de las riendas y la carroza se detuvo justo al borde del precipicio. Pero los truenos asustaron de nuevo a los animales, que echaron a correr como poseídos por los demonios hacia el extremo del puente donde se hallaban los sakyas. Pálido y fatigado, Siddharta trato de detenerlos en vano. De pronto, cayo de la carroza y rodó por el puente.
Los josalas y los sakyas se quedaron mudos, mientras en sus rostros se pintaba una expresión de incredulidad, ira, temor, desesperación, dolor y alegría.
Al cabo de unos instantes, los sakyas comprobaron aliviados que Siddharta se había aferrado al borde del puente. Lentamente, con grandes esfuerzos, consiguió incorporarse. Tanto Suddhodana como Yasodhara, situados a ambos extremos del puente, lanzaron un suspiro de alivio, mientras los ojos se les llenaban de lagrimas. Los dos se miraron, sintiéndose unidos en su angustia y temor por la vida de Siddharta.
La carroza de Virudaja pasó a toda velocidad junto a Siddharta, quien se había encaramado en el borde de la plataforma. Sorprendido, Siddharta tropezó y cayó al vacío. Aterrado, el rey Suddhodana se llevo una mano al pecho.
Yasodhara sollozaba sin apartar la vista del puente. Los únicos capaces de moverse eran Chandaka y Ananda, quienes echaron a correr hacia el borde del precipicio.
Siddharta estaba suspendido de la rama de un gigantesco árbol, a escasa distancia de la superficie. De repente, un relámpago se abatió sobre el árbol, arrojando al príncipe Sakya contra las rocas del precipicio. Pálido y sangrando, Siddharta consiguió agarrarse a una roca, pero estaba resbaladiza y el joven príncipe empezó a deslizarse inexorablemente por la pendiente. En un momento de extraordinaria lucidez, cuando estaba a punto de precipitarse al vacío, Siddharta clavo una flecha con la punta de cuarzo en la roca y logro detener su caída.

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