Los días y las noches se sucedían mientras Siddartha permanecía sentado, inmóvil, a la sombra de la higuera. Poco a poco se iba acercando al momento en que su mente y su cuerpo, purificados por el tiempo y las duras pruebas a las que se había sometido, le permitirían alcanzar la iluminación.
El conocimiento del viaje de búsqueda de Siddartha llegó a oídos de Maya. El señor de la fantasía, el amor, la muerte y los sentidos fue advertido de que su reino sufría una grave amenaza. La vida era concebida y destruida solo por su gracia. Horrorizado al enterarse de que la vida, la procreación y el ciclo de continuación se veían desafiados por Siddartha, que se aproximaba al Nirvana, Maya acudió en defensa de la vida.El viento agitó las hojas y de pronto apareció ante Siddartha una hermosa criatura transparente, una silueta, una forma en la cual la belleza vital asumía uno de sus múltiples encantadores aspectos: el amor a la vida, al place de abrazar al ser amado, la alegría de un niño, el matrimonio, el gozo… Era Yasodhara, que reía alegremente, viva y enamorada… La forma trató de seducir a Siddartha para que abandonara sus meditaciones y gozara de la vida y sus placeres.
Siddartha abrió los ojos y reconoció lo que no era sino una faceta de la apariencia de Maya. Luego volvió a cerrar los ojos, rechazando la invitación.
Sorprendido e irritado, Maya decidió utilizar otros medios de persuasión. Profiriendo un agudo alarido, convoco a todas las fuerzas de los temores y los vicios contra Siddartha, que estaba cambiando ante la atónita mirada de Maya. La tierra tembló cuando unos espantosos monstruos, gigantes y espectros de afiladas uñas se abalanzaron sobre el príncipe, blandiendo raíces, huesos, calaveras y relámpagos. El propio Maya, montado en un monstruo marino, disparó una flecha contra Siddartha, quien permaneció inmóvil bajo el árbol.
El poder de la bondad de Siddartha creó una fuerza magnética a su alrededor que lo protegió del ataque de los monstruos. Los huesos, las calaveras y las flechas se convirtieron en flores al estrellarse contra la invisible barrera que rodeaba al joven. Siddartha permaneció sentado, con los ojos cerrados, sin perder la calma y sin dejarse influir por las atrayentes promesas ni las temibles amenazas.
Cuando Maya hubo agotado sus defensas, Siddartha abrió los ojos y lo miro. El hombre contempló con sus luminosos ojos azules la visión que estaba ante él en todas sus formas.
-No, Maya.-dijo suavemente.-Eres pura fantasía y yo te rechazo.-
Desesperado al comprobar que Siddartha se negaba a ceder ante el reino de la vida y la muerte, temiendo que su propio reino se viera sometido a nueva ley, Maya le suplico que no prosiguiera su búsqueda, aduciendo que el también había sacrificado mucho, había entregado mucho, todos los días, todos los meses, todos los años… Que mas podía pedir?
El príncipe, a punto de alcanza la iluminación, se apiado de Maya, pues comprendió que los dioses también estaban sometidos a sus propias leyes, mientras Maya seguía enumerando sus buenas obras. Sus legiones de partidarios no dudarían en confirmar todos los méritos y virtudes de Maya.
Maya miro al hombre que estaba sentado solo bajo las gruesas ramas de la higuera. No había nadie presente para defender y confirmar las obras de Siddartha, su superioridad.
-Está vencido!-exclamó Maya, con una perversa sonrisa.-No tienes a nadie que te defienda.-
Siddartha guardo silencio, mientras escuchaba el murmullo del viento y contemplaba la belleza de los árboles y las plantas. Inspirado, el príncipe toco la tierra, invitando a la naturaleza, a la que siempre había valorado y protegido, para que acudiera a defenderlo.
-Llamó a la tierra para que sea mi testigo.-contestó sonriendo.
El suelo se abrió de pronto y apareció la Madre Tierra, la madre de todas las cosas. Unas frutas rojas le rodeaban el pecho, sus rubios cabellos estaban formados por trigo y maíz, el verde de las praderas se reflejaba en sus ojos.
-Soy testigo de la bondad de este hombre en el presente y en sus numerosos pasados.-dijo con voz dulce.
La naturaleza miró a Maya sonriente, abrazando el mundo y el tiempo.
Derrotado, Maya suspiró. La ágil silueta se desvaneció, seguida por sus temibles legiones de monstruos. La desaparición de las hordas del vicio, siempre presentes en cierta medida, purifico a Siddartha de todo resto de deseo y maldad.
De repente se vio atacado por varios animales feroces y algunas serpientes. Entonces, su espíritu comprendió que aquellos animales era sus propias pasiones de las vidas precedentes, aun latentes en lo más hondo de su alma.
Vio asimismo a criminales torturados por el suplicio a que habían sido condenados; se halló envuelto en ráfagas infinitas por los espíritus de los difuntos… o sea, que estaba en una región infernal. Siddartha creyó entrever al amo de dicho reino, Kama, Dios de los deseos. Luego, Kama se transformó en Mara, Dios de la muerte.
La segunda noche, Buda entró en el mundo solitario de los espíritus dichosos. Divisó encantadores paisajes, con jardines colgantes, donde todo era paz, donde todo le susurraba al alma. Mas de pronto, observó que las almas que allí había estaban unidas a la tierra por unos hilos casi invisibles. Siddartha lo entendió: aquellas almas todavía estaban unidas a sus pasiones terrenales, por lo que se veían obligadas a realizar nuevas sucesivas encarnaciones.
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