Una profecía hecha al Tson-khapa en Mandchuchrimulatantram, decía:
“Si acaso llego a penetrar en el Nirvana y la superficie de la Tierra queda vacía de mi, entonces, tú, hijo mío tan querido, realizarás la obra de Buda, y este país se convertirá en un espacioso jardín bienaventurado y florido.”
Algunos habían nacido en la miseria, otros, en circunstancias afortunadas. Concentrando su determinación en ello, rastreó la causa de esa diferencia.
Y observó: -Los que padecen el karma de ser desdichados han cometido malas acciones, en hechos, palabras o pensamientos, y han calumniado a los practicantes de la ley verdadera, en alguna existencia pasada. Lo que formo la base para su conducta equivocada fue el apego a opiniones erróneas. En consecuencia, llevan con ellos el karma de ser infelices después de la muerte y en la próxima existencia. Por el contrario, los que fueron buenos y virtuosos en sus acciones, palabras y pensamientos, no calumniaron a los practicantes de la ley verdadera y se condujeron apropiadamente, sobre la base de opiniones correctas, disfrutaron de felicidad de las existencias siguientes.
La vida presente esta determinada por el karma acumulado en existencias pasadas, mientras que las existencias futuras se deciden por nuestras acciones en esta vida.
Siddartha comprendió esto sin sombra de duda. Preciso, de manera evidente, la inexorable ley de causa y efecto que opera en la vida de las personas a lo largo del interminable ciclo de la vida y la muerte. A medida que la noche avanzaba a su alrededor, se acentuaba la profunda búsqueda espiritual con el sentimiento de que el y el infinito universo eran uno.
Siddartha, sin embargo, se quedo meditando en el bosque. Entonces se cruzó en su camino Gotama, el ilustre; lo saludó con respeto y al ver la mirada del Buda tan llena de paz y bondad, el joven tuvo valor para solicitar al venerable que le permitiera hablarle. En silencio, el ilustre le concedió el permiso.
Siddartha balbuceó: -Venerable, he admirado sobre todo una cosa en tu doctrina. Todo en ella esta perfectamente claro y comprobado, muestras el mundo como una cadena perfecta que nunca se interrumpe como una eterna cadena de hecha de causas y efectos. Jamás se había visto eso con tanta claridad, nunca había sido demostrado tan indiscutiblemente; en verdad, el corazón del brahmán palpita con más fuerza cuando ve el mundo a través de tu doctrina, como perfecta relación, ininterrumpida, lucida como un cristal, independiente de la casualidad y de los dioses. Quedaba la incertidumbre de saber si el mundo es bueno o malo, si la vida en si es sufrimiento o alegría; quizá sea porque ello no es esencial. Pero la unidad del mundo, la relación entre todo lo que sucede, el enlace de todo lo grande y lo pequeño por la misma corriente, por la misma ley de las causas del nacer y morir, todo eso brilla con luz propia en tu majestuosa doctrina. No obstante, según tu propia teoría, esa unidad y consecuencia lógica de todas las cosas, a pesar de todo se encuentra cortada en un punto, en un pequeño resquicio por donde entra en este mundo de la unidad algo extraño, algo nuevo, algo que antes no existía, y que no puede ser enseñado ni demostrado: esa es tu doctrina de la superación del mundo, de la salvación. Pero con este pequeño resquicio, con esa pequeña fisura, la eterna ley uniforme del mundo queda destruida y anulada otra vez. Perdóname, si pongo tal objeción.
Buda le había escuchado con tranquilidad, sin moverse. Con voz bondadosa, cortes y clara le contestó ahora: -Tú has escuchado la doctrina, hijo de brahmán. ¡Dichoso tu de haber pensado tanto en ella! Has encontrado una falla. Sigue pensando en la doctrina. Pero deja que te avise, tu que tienes tanta avidez de saber a pesar de la diversidad de opiniones y la contradicción de las palabras. No importan las opiniones, sean buenas o malas, inteligentes o insensatas; cualquiera puede defenderlas o rechazarlas. Pero la doctrina que has oído de mis labios no es mi opinión, ni su objetivo es explicar el mundo para los que tienen afán de saber. Su fin es otro: es la redención de los sufrimientos. Eso es lo que enseña Buda y nada más.-
-No me guardes rencor, majestuoso.-exclamó el joven.-No te hable así para discutir sobre palabras. Desde luego, tienes razón, y poco importan las opiniones. Pero déjame decir una cosa mas: ni un momento he dudado que tu fueras el Buda, de que hubieras llegado a la meta, al máximo, hacia el que tanto brahmanes e hijos de brahmanes se hallan en camino. Has encontrado la redención de la muerte. La has hallado con tu misma búsqueda, con tu propio camino, a través de pensamientos, meditaciones, ciencia, reflexión, inspiración. ¡Pero no la has encontrado a través de una doctrina! Yo pienso, majestuoso, que nadie encuentra la redención a través de la doctrina. ¡A nadie, venerable, le podrás comunicar con palabras y a través de la doctrina lo que te ha sucedido a ti en el momento de tu iluminación! Mucho es lo que contiene la doctrina del inspirado Buda, a muchos les enseña a vivir honradamente, a evitar el mal. Pero esta doctrina tan clara y tan venerable no contiene un elemento: el secreto de lo que el majestuoso mismo ha vivido, el solo, entre centenares de miles de personas. Esto es lo que he pensado y comprendido cuando escuchaba tu doctrina. Y por ello continuo mi peregrinación. No para buscar una doctrina mejor, pues sé que no la hay, sino para dejar todas las doctrinas y todos los profesores, y para llegar solo a mi meta o morir. Sin embargo, a menudo me acordare de este día, venerable, y de esta hora en la que mis ojos vieron a un santo.-
El Buda bajó los ojos; en su rostro impenetrable resplandecía la tranquilidad del alma. Siddartha era el Buda.