-Un acuerdo comercial?-pregunto sonriendo Siddharta.
-Puesto que nos hemos emparentado,-respondió Virudaja, haciendo visibles esfuerzos por mostrarse amable.-me pareció justo que participaras de los beneficios.-
Siddharta recibía a Virudaja en carácter diplomático en la sala principal del castillo Sakya. El príncipe josala había llegado con una inquietante idea.
El rey Suddhodana tomo el pergamino de manos de su hijo y lo examino, tratando de no perder la calma.
-El cinco por ciento del precio de la compra?- Pagado en oro?-inquirió con tono sarcástico.-Muy generoso de tu parte, príncipe!-
-En efecto. La tarifa de transito apenas alcanza el cuatro por ciento.-contesto Virudaja.
Incapaz de seguir fingiendo indiferencia, el rey Suddhodana lo miro con irritación.
Pero Virudaja prosiguió sin alterarse.
-Generalmente es del tres por ciento. Lo único que tienes que hacer es permitir que nuestras caravanas utilicen tus tierras a modo de pasillo.
-Un pasillo!-exclamo Suddhodana.
-En el mejor sentido de la palabra, majestad.-se apresuro a añadir Virudaja.
-Por supuesto.-murmuro el rey.
El sacerdote de Magadha, que había seguido atentamente la conversación, sonrió lacónicamente mientras Siddharta y su padre observaban enojados al príncipe de Josala. Tras intercambiar una mirada de complicidad con su hijo, el rey Suddhodana devolvió el pergamino a Virudaja.
-No comprendo...-dijo este.
-En serio? Esta muy claro, príncipe. La respuesta es no.-respondió enérgicamente Siddharta.
-No?-repitió Virudaja. Parecía tan aturdido y desconcertado que casi inspiraba lastima.
Siddharta se levanto y se dirigió a Virudaja.
-Si nos ofreces el cinco por ciento significa que puedes darnos el diez, lo que a su vez indica que vale el veinte. –
El rey Suddhodana soltó una risita.
-Pero eso es inadmisible.-replico Virudaja, indignado.
-Estoy de acuerdo.-asintió Siddharta, sonriendo.-seriamos unos necios si aceptáramos menos de una tercera parte.-
De pronto, el sacerdote de Magadha rompió a reír a carcajadas, contagiando a los sakyas.
Siddharta se sentó de nuevo.
-Sin embargo,-prosiguió.-aunque llegáramos a un acuerdo desconfío de que cumplieras tu palabra. Tarde o temprano dejarías de pagarnos y nuestros conflictos recrudecerían.
Luego, volviéndose hacia el sacerdote de Magadha, Siddharta prosiguió:-Así pues, he decidido viajar a Magadha a fin de hallar una solución que nos garantice la paz. Podrías concertar una entrevista entre el rey de Magadha y yo?
Por primera vez, Siddharta y el sacerdote de Magadha se miraron fijamente. Al cabo de unos instantes, este asintió sonriendo.
-Esto es absurdo!-grito Virudaja, enfurecido.-Los sakyas os dedicáis a cultivar ar5roz. Que podéis ofrecerle al poderoso rey de Magadha?-
Asvapati, que había permanecido en silencio, miro perplejo al brahmán de Josala, quien a su vez se volvió hacia Suddhodana.
Siddharta respondió sonriendo:-A ti.-
Virudaja se quedo estupefacto, incapaz de articular palabra.
La audiencia había concluido. Esto no gustaría al rey Prasenajit. Otra vergüenza de Virudaja ante su rival, Siddharta.
Días mas tarde, Ananda y Siddharta se disponían a partir hacia Magadha. Siddharta, ataviado con ropas de viaje, y Ananda de blanco, se inclinaron respetuosamente ante Suddhodana y Yasodhara, que estaba junto a su suegro. Los dos jóvenes se despidieron de sus conciudadanos, quienes respondieron con vítores y aclamaciones. Suddhodana y su hijo se miraron en silencio, sonriendo. Siddharta giro hacia su esposa y acaricio afectuosamente su abultado vientre. Yashodara lo miro con cariño. El amor entre ellos se había hecho mas fuerte y se sentían totalmente compenetrados.
-Volveré antes de que el niño suelte la primera lagrima.-le prometió Siddharta con un beso.
Luego monto en su caballo, Jantaka, que pateaba el suelo con impaciencia.
Tras despedirse de su padre y de Asvapati con un ademán, Siddharta partió hacia las llanuras que se extendían al sudeste. Ananda cabalgaba junto a el. Los disciplinados jinetes maghadanos, encabezados por el sacerdote, avanzaban a paso ligero, seguidos por los carros.
La caravana prosiguió su azaroso camino bajo la lluvia para alcanzar la cima del paso antes del anochecer. A lo lejos se erguían las orgullosas cumbres del Himalaya.
Al fin, llegaron a un amplio saliente en la pequeña montaña. Después de atar los caballos a una roca, montar las tiendas y descargar los frutos secos y otros alimentos de los carros, se sentaron alrededor de una hoguera.